Cubierta

El cerebro del niño
explicado a los padres

Álvaro Bilbao

Plataforma Editorial

Al niño que se esconde en todo padre y a la niña que hay en toda madre, para que sean parte del papá y de la mamá que todo niño necesita.

Agradecimientos

Quiero agradecer a mis padres y a mis suegros su maravillosa labor como padres, que se extiende ahora a sus nietos. De la misma manera, a mi hermano y cuñados, tíos, abuelos y primos, ya que entre todos ellos configuran esa tribu que hace falta para criar a un niño.

No quiero dejar de dar mi más sincero agradecimiento y reconocimiento a todos los maestros, que de manera incansable apoyan el desarrollo de los niños en cada rincón del planeta. No imagino labor más importante en una sociedad que la de aquellos que cuidan el mayor tesoro para el presente e impulsan la mayor promesa para el futuro. Su experiencia encuentra lo mejor de cada niño allí donde los padres andamos más perdidos, su ilusión despierta el deseo de aprender allí donde los padres no llegamos, y su paciencia y ternura abraza a nuestros hijos cuando los padres no estamos. Muy especialmente a los maestros de mis hijos: Amaya, Ana Belén, Elena, Jesús y Sonia, y a mis últimos maestros: Rosa, Marili y Javier.

Y por supuesto, a mi esposa Paloma, y a mis tres maravillosos hijos: Diego, Leire y Lucía. Aunque llevo estudiando toda la vida el cerebro humano, ellos cuatro han sido los que han dado sentido a todo mi conocimiento y me han enseñado todo lo que sé del maravilloso mundo del cerebro del niño.

Índice

  1.  
    1. Introducción
  2.  
    1. Parte I Fundamentos
      1. 1. Principios para un desarrollo cerebral pleno
      2. 2. Tu hijo es como un árbol
      3. 3. Disfruta el momento
      4. 4. El ABC del cerebro para padres
      5. 5. Equilibrio
    2. Parte II Herramientas
      1. 6. Herramientas para apoyar el desarrollo cerebral
      2. 7. Motivar la conducta del niño
      3. 8. Alternativas al castigo
      4. 9. Poner límites sin dramas
      5. 10. Empatía
      6. 11. Comunicación
    3. Parte III Inteligencia emocional
      1. 12. Educar la inteligencia emocional
      2. 13. Vínculo
      3. 14. Confianza
      4. 15. Crecer sin miedos
      5. 16. Asertividad
      6. 17. Sembrar la felicidad
    4. Parte IV Potenciar el cerebro intelectual
      1. 18. Desarrollo intelectual
      2. 19. Atención
      3. 20. Memoria
      4. 21. Lenguaje
      5. 22. Inteligencia visual
      6. 23. Autocontrol
      7. 24. Creatividad
      8. 25. Las mejores aplicaciones para niños menores de seis años
      9. 26. Despedida
  3.  
    1. Bibliografía

Introducción

«El periodo más importante en la vida no es el de la universidad, sino el primero de todos; desde el nacimiento hasta los seis años de edad.»

MARIA MONTESSORI

Los niños despiertan una emoción única en cualquier adulto. Sus gestos, su alegría sincera y su inocencia nos conmueven como no puede hacerlo ninguna otra experiencia en la vida. El niño se conecta de una manera directa con una parte muy especial de nosotros mismos: aquel niño que fuimos y que aún somos. Es posible que en los últimos días hayas sentido el deseo de cantar por la calle, encolerizarte con tu jefe o saltar sobre un charco en un día de lluvia, y quizá por las responsabilidades o por vergüenza no lo has hecho. Estar con un niño es una experiencia preciosa, porque cuando estamos con él, conectamos con una parte muy especial de nosotros mismos: el niño perdido al que necesitamos encontrar en tantos momentos de nuestra vida y que es, posiblemente, la mejor parte de cada uno de nosotros.

Si tienes este libro entre tus manos es porque, como padre, madre o educador hay un niño en tu vida y como tal tienes la oportunidad de conectarte con la parte del cerebro que ríe, juega y sueña en tu interior. Educar a un niño es también una gran responsabilidad y, posiblemente, el acto más trascendental de la vida de muchas personas. La trascendencia de la paternidad alcanza todos los niveles de la existencia humana. En el plano biológico, los hijos son la semilla que puede diseminar tus genes y asegurar tu trascendencia en las generaciones futuras. En el plano psicológico, supone para muchas personas la realización de un instinto irrefrenable. Y en el espiritual, representa la posibilidad de alcanzar la plenitud al ver crecer a unos hijos felices.

Como cualquier padre o madre entiende en el instante en que sostiene a su hijo en brazos por primera vez, la paternidad conlleva también una serie de responsabilidades de todo tipo. En primer lugar, se dan las propias del cuidado, que incluyen la nutrición, el aseo y la protección básica del niño. Afortunadamente, las matronas del hospital y las siempre dispuestas abuelas te habrán dado clases teóricas y prácticas de todo eso. En segundo lugar, están las responsabilidades económicas. Un hijo conlleva una serie de gastos que hay que asumir para deleite de grandes almacenes, farmacias, guarderías y supermercados. Afortunadamente, el sistema de enseñanza te ha instruido durante una media de doce años para que ganes un salario. Lees y escribes. Manejas un ordenador. Hablas –o lo intentas– en inglés. Eres capaz de permanecer sentado casi ocho horas cada día. Sabes trabajar en equipo y tienes formación específica en lo que sea que hagas. La tercera responsabilidad de todo padre, y la más importante, es la educación de sus hijos. Desde mi perspectiva, educar no es otra cosa que apoyar al niño en su desarrollo cerebral, para que algún día ese cerebro le permita ser autónomo, conseguir sus metas y sentirse bien consigo mismo. Aunque explicado así puede parecer algo sencillo, educar tiene sus complicaciones, y la mayoría de los papás y las mamás no han recibido ninguna formación acerca de cómo pueden ayudar a sus hijos en ese proceso. Básicamente, desconocen cuál es el funcionamiento básico cerebral, cómo se desarrolla o cómo pueden apoyar su maduración. En algunas ocasiones, todo padre y toda madre estarán perdidos, dando tumbos o sintiéndose inseguros respecto a cómo pueden ayudar a sus hijos en distintos aspectos de su maduración intelectual y emocional. En otras muchas, actuarán con confianza, pero de manera contraria a lo que el cerebro de su hijo necesita en ese momento.

No quiero engañarte ni ofrecerte una idea distorsionada acerca de la influencia que como madre o padre puedes tener en el desarrollo intelectual y emocional de tus hijos. Tu hijo viene de serie, con un carácter que marcará su forma de ser de por vida. Hay niños más introvertidos y otros más extravertidos. Hay niños tranquilos y otros nerviosos. Igualmente, sabemos que al menos el 50 % de la inteligencia de tus hijos vendrá determinada por sus genes. Algunos estudios indican que, posiblemente, otro 25 % depende de los compañeros de curso y de los amigos con los que se relacione. Esto ha llevado a algunos expertos a asumir que los padres apenas tienen influencia en el desarrollo de sus hijos. Sin embargo, esta afirmación no es acertada. El niño, muy especialmente durante los primeros años de vida, necesita de sus padres para desarrollarse. Sin la leche materna, sin sus cuidados, sin sus palabras o sin sus brazos que lo sostienen y lo calman, el niño crecería con unas carencias emocionales e intelectuales irreparables. No es sino en la seguridad, el cuidado y la estimulación que ofrece la familia donde descansa todo el desarrollo cerebral del niño.

Hoy en día, los papás y las mamás tienen más oportunidades que en ninguna otra época de la historia de acertar con sus hijos. Disponemos de más información, y las investigaciones acerca del cerebro ponen a nuestra disposición conocimientos y herramientas prácticas que pueden ayudar a nuestros hijos a desarrollarse con plenitud. Desafortunadamente, también tenemos más oportunidades de equivocarnos. La realidad es que en tan solo dos décadas el número de niños que toma medicación neurológica o psiquiátrica en Estados Unidos se ha multiplicado por siete. Esta tendencia sigue al alza y parece extenderse como la pólvora a través del mundo «desarrollado» y, a día de hoy, uno de cada nueve niños pasará parte de su etapa escolar bajo los efectos de psicofármacos. La realidad es que hemos perdido valores en la educación de los niños, valores que la ciencia señala como fundamentales para un desarrollo cerebral equilibrado. Como consecuencia, en el ámbito de la educación y el desarrollo infantil proliferan corporaciones interesadas en hacer caja con complejos programas de estimulación cerebral, escuelas infantiles capaces de crear genios o fármacos que revierten la posibilidad de distraerse y mejoran el comportamiento. Estas empresas operan bajo la creencia popular de que este tipo de programas, estimulación o tratamientos tienen un impacto positivo en el desarrollo cerebral. En el otro extremo hay también teorías y padres que confían en una educación radicalmente natural, en la que el niño crece libre de normas o frustraciones, alentados por estudios que indican que la frustración en el bebé puede provocar problemas emocionales, que los límites interfieren en el potencial creativo del niño o que un exceso de recompensas puede minar su confianza. Las dos concepciones, la de que el cerebro del niño potencia sus habilidades con el refuerzo de la tecnología y la de que el ser humano es capaz de alcanzar un desarrollo pleno solamente a través de la exploración y la experiencia libre, han demostrado no ser acertadas. La realidad es que el cerebro no funciona como nos gustaría que funcionara, ni tampoco como, a veces, creemos que funciona. El cerebro funciona como funciona.

Neurocientíficos de todo el mundo llevan décadas tratando de descifrar cuáles son los principios en los que se apoya el desarrollo cerebral y qué estrategias son más efectivas para ayudar a los niños a ser más felices y a disfrutar de una plena capacidad intelectual. Las investigaciones sobre evolución y genética revelan que, lejos de ser puramente bondadosos, los seres humanos tenemos instintos encontrados. Basta con ir a un patio de colegio para ver cómo, lejos de las miradas de los maestros, aparecen los instintos de generosidad en forma de altruismo y colaboración mutua, pero también otros más salvajes, como la agresividad y la dominación. Sin el apoyo de los padres y los maestros para que guíen al niño y lo ayuden a satisfacer sus necesidades dentro de los límites que establece el respeto a los demás, el niño estará perdido. Sabemos que lo que en gran medida ha hecho evolucionar a nuestra especie ha sido nuestra capacidad de transmitir valores y cultura de generación en generación, lo que nos ha hecho más civilizados y solidarios –aunque, en los tiempos que corren, pueda no parecer así–; una labor que el cerebro no puede hacer por sí solo y que necesita del trabajo atento de padres y maestros.

Otras investigaciones sobre el desarrollo cerebral arrojan datos según los cuales la estimulación temprana no tiene impacto alguno sobre la inteligencia de un niño sano. En este sentido, lo único que parece demostrado es que durante los primeros años de vida el niño tiene una mayor capacidad para desarrollar lo que conocemos como el oído absoluto, o la capacidad para aprender música o un idioma como si fuera la lengua materna. Esto no quiere decir que una escuela bilingüe sea mejor que una escuela no bilingüe, sobre todo porque si los maestros no son nativos, el niño desarrollará un oído con acento, en lugar de un oído absoluto. En este sentido, puede ser más beneficioso que, como ocurre en otros países de nuestro entorno, los niños vean las películas en versión original, o que haya unas pocas clases a la semana de inglés o chino, pero impartidas por profesores nativos. También sabemos que programas como Baby Einstein, o escuchar música de Mozart, tampoco contribuyen al desarrollo intelectual del niño. Un niño que escucha música clásica puede relajarse y, por tanto, realizar mejor algunos ejercicios de concentración unos minutos después, pero nada más. Pasados unos minutos, el efecto se disipa. Asimismo, disponemos de datos contundentes que demuestran que la exposición de los niños a teléfonos inteligentes, tabletas y otros dispositivos electrónicos eleva el riesgo de que presenten problemas de comportamiento o trastornos por déficit de atención. Estos datos indican también que este déficit está, sin lugar a dudas, sobrediagnosticado; es decir, hay un porcentaje relativamente elevado de niños que toman medicación psiquiátrica que, en realidad, no necesitan. La tendencia a sobrediagnosticar el déficit de atención es solo la punta del iceberg. Lejos de ser las responsables, las farmacéuticas solo aprovechan el contexto educativo de muchos hogares. La largas jornadas de trabajo, la falta de dedicación de los padres, la falta de paciencia y de límites y –como ya hemos indicado– la irrupción de los teléfonos inteligentes y las tabletas parecen estar –al menos en parte– detrás del vertiginoso incremento de casos de trastorno por déficit de atención y depresión infantil.

Hay infinidad de programas milagro que prometen desarrollar la inteligencia del niño, pero, como puedes ver, cuando se someten estos programas al rigor científico no demuestran eficacia alguna. Posiblemente la razón por la que muchos de ellos fracasan es porque su principal interés es acelerar el proceso natural de desarrollo cerebral, con la idea de que llegar antes permite llegar más lejos. Sin embargo, el desarrollo cerebral no es un proceso que pueda acelerarse sin perder parte de sus propiedades. De la misma manera que un tomate transgénico que madura en pocos días y alcanza unas dimensiones y un color «perfectos» pierde la esencia de su sabor, un cerebro que se desarrolla bajo presión, corriendo para saltar etapas, puede perder por el camino parte de su esencia. La empatía, la capacidad de esperar, la sensación de calma o el amor no pueden cultivarse a ritmo de invernadero y requieren de un crecimiento pausado y unos progenitores pacientes que sepan esperar a que el niño dé sus mejores frutos, justo en el momento en que está preparado para darlos. Esta es la razón por la que los descubrimientos de neurociencia más importantes respecto al desarrollo del cerebro del niño se detienen en aspectos aparentemente sencillos como la influencia positiva de la ingesta de frutas y pescado durante el embarazo y los primeros años de vida del niño los beneficios psicológicos de acunar en brazos al bebé, el papel del afecto en el desarrollo intelectual del niño o la importancia de las conversaciones entre madre e hijo en el desarrollo de la memoria y el lenguaje, en un reconocimiento claro de que en el desarrollo cerebral lo esencial es lo realmente importante.

La verdad es que sabemos muchas cosas acerca del cerebro que podrían ayudar a los papás y a las mamás, pero que desafortunadamente desconocen. Quiero ayudarte a conocer cómo tú sí puedes influir de una manera muy positiva en el desarrollo cerebral tu hijo. Hay cientos de estudios que prueban que el cerebro tiene una enorme plasticidad y que aquellos padres que utilizan las estrategias adecuadas ayudan en mayor medida a sus hijos a tener un desarrollo cerebral equilibrado. Por eso he reunido los fundamentos, las herramientas y las técnicas que pueden ayudarte a ser la mejor influencia en el desarrollo intelectual y emocional de tu propio hijo. Con eso no solo vas a conseguir ayudarlo a desarrollar buenas habilidades intelectuales y emocionales, sino que también vas a contribuir a prevenir dificultades en su desarrollo, como el déficit de atención, la depresión infantil o los problemas conductuales. Estoy convencido de que unos conocimientos básicos sobre cómo se desarrolla y se construye el cerebro del niño pueden suponer una gran ayuda para aquellos papás y mamás que quieran aprovecharlos. Confío en que los conocimientos, las estrategias y las experiencias que vas a encontrar a continuación contribuyan a hacer de tu labor como padre o madre una experiencia plenamente satisfactoria. Pero, sobre todo, espero que adentrarte en el maravilloso mundo del cerebro del niño te ayude a conectar con tu niño perdido y a comprender mejor a tus hijos, para obtener así lo mejor de cada uno de vosotros.

PARTE I Fundamentos

PARTE II Herramientas

PARTE III Inteligencia emocional

PARTE IV Potenciar
el cerebro intelectual

1. Principios para
un desarrollo cerebral pleno

«Las personas inteligentes se guían por planes; las sabias, por principios.»

RAHEEL FAROOQ

Un principio es una condición universal y necesaria que nos permite explicar y comprender el mundo que nos rodea. La ley de la gravedad es un principio básico de la astronomía, la higiene es un principio básico de la salud y, por ejemplo, la confianza mutua es un principio básico de la amistad. Como en toda tarea a la que se entrega el ser humano, en la educación del niño también hay unos principios básicos que pueden permitir a cualquier padre saber lo que tiene que hacer en la mayoría de las situaciones, y acudir a ellos para sopesar las alternativas que se planteen en su educación y en su crianza.

Como todo padre, te has enfrentado y te enfrentarás a muchos dilemas durante el largo proceso de maduración de tus hijos. Pueden ser cuestiones concretas y prácticas, como elegir entre regañar o ser paciente, o decidir si esperas a que termine el plato o perdonarle algo de comida. Pero también pueden ser cuestiones más amplias y casi filosóficas, como elegir el tipo de colegio en el que lo matriculamos, decidir si lo apuntamos a actividades extraescolares o tomar una posición respecto al tiempo que pasa frente al televisor o con los juegos del móvil. En realidad, todas las decisiones, las filosóficas y las aparentemente intrascendentes, van a condicionar el desarrollo del cerebro de tu hijo y, por tanto, es bueno que las asientes en unos principios claros, prácticos y sólidos.

En esta primera parte del libro voy a presentarte los principios básicos sobre el desarrollo del cerebro del niño que todo padre debe conocer. Son cuatro ideas muy sencillas que vas a entender y a recordar a la perfección. Pero, sobre todo, son cuatro líneas maestras sobre las que construir tu labor de educar el cerebro intelectual y emocional de tu hijo. Son los principios en los que he fundado la crianza de mis hijos y que me guían cuando me enfrento a cualquier decisión respecto a su educación. Estoy seguro de que si mantienes estos principios en mente en el día a día, y también cuando se te planteen dudas acerca de la educación y la crianza de tus hijos, acertarás con tu decisión.

2. Tu hijo es como un árbol

«Si logras ser algo distinto de lo que realmente puedes llegar a ser, seguramente solo llegarás a ser infeliz.»

ABRAHAM MASLOW

Posiblemente hayas contemplado alguna vez cómo un potrillo o cervatillo recién nacido intenta sostenerse sobre sus propias patas. Unos minutos después es capaz de alzarse y, aún tembloroso, dar sus primeros pasos detrás de su mamá. Para el ser humano, cuyas crías tardan alrededor de un año en dar sus primeros pasos –y, en algunos casos, cuarenta en emanciparse de casa de sus padres–, contemplar este espectáculo puede resultar fascinante. La necesidad de protección del humano recién nacido es absoluta. Ningún otro mamífero necesita de tanta protección como el bebé humano. Esto hace que, en la mente de muchos papás, su hijo se dibuje como un ser frágil y dependiente. Aunque esto sea así durante ese primer año de vida, y en algunos sentidos prácticos durante los años venideros, me gustaría que al finalizar este capítulo te quedaras con la idea de que tu hijo es en esencia igual que el cervatillo, la cebra o el potro que viste ponerse en pie al poco tiempo de nacer.

Es cierto que el bebé no es capaz de seguir los pasos de su madre cuando sale del hospital donde esta dio a luz. Sin embargo, es capaz de hacer algo igualmente fascinante. Si en el mismo momento del alumbramiento el recién nacido es acomodado sobre el vientre materno, lejos de quedarse tranquilo, comienza a trepar hasta vislumbrar la mancha oscura del pezón de su mamá, y sigue escalando hasta conseguir engancharse a él. Si has tenido el privilegio de presenciar esta escena, coincidirás conmigo en que es un espectáculo increíble para cualquier padre. Sin embargo, es algo totalmente natural. Cada ser humano está programado con el empuje necesario para conquistar su autonomía y felicidad. El concepto de que el ser humano tiene una tendencia natural a desarrollarse plenamente es una premisa bien extendida y aceptada en el mundo de la psicología y la pedagogía. También es un principio básico de la biología: todos los seres vivos tienen una tendencia natural a crecer y a desarrollarse plenamente. En tierra fértil y con un mínimo de luz y agua, una semilla de roble irá creciendo de una manera imparable, engrosando y estirando su tronco, desplegando sus ramas y abriendo sus hojas hasta alcanzar la talla y la majestuosidad de un roble adulto. De la misma manera, un pájaro desarrollará el plumaje, la fuerza en las alas y la destreza en el pico para volar, cazar lombrices y crear su propio nido, y una ballena azul crecerá hasta convertirse en el ser más descomunal de nuestro planeta. Si nada lo impide, todos los seres de la naturaleza tienen una tendencia natural a alcanzar todo su potencial. Tu hijo también. Los primeros que repararon en este principio fueron los psicólogos de la llamada corriente «humanista», hacia la mitad del siglo XX. Por aquel entonces, la psicología se debatía entre dos grandes escuelas: el psicoanálisis, que defendía principalmente que el ser humano estaba condicionado por deseos y necesidades inconscientes, y el conductismo, que destacaba el papel de las recompensas y los castigos en la determinación de nuestras conductas y de nuestra propia felicidad. Abraham Maslow, padre de la psicología humanista, defendía la tesis de que el ser humano, al igual que otros seres vivos, tiene una tendencia natural al desarrollo pleno. En el caso del cerezo, ese desarrollo pleno se traduce en el florecimiento de cada abril, y en ofrecer frutos dulces y deliciosos; en el caso del guepardo, desarrollarse plenamente significa correr más rápido que ningún otro animal terrestre, y en el caso de la ardilla significa ser capaz de tener una madriguera y hacer acopio de frutos secos para el invierno.

Para el ser humano, alcanzar el potencial tiene connotaciones que implican una mayor evolución que en las plantas o los animales, aunque el principio de desarrollo es el mismo. Dado que tu hijo tiene un cerebro complejo, que le permite sentir y pensar, desarrollar relaciones sociales y alcanzar metas, su naturaleza le pide un poquito más que a un pájaro. El cerebro humano muestra una tendencia natural a sentirse bien consigo mismo y con otras personas, a buscar su felicidad y a encontrar sentido a su existencia. Los psicólogos llamamos a este fin último de todo ser humano la «autorrealización», y sabemos que toda persona, si se reúnen las condiciones necesarias, tiende a ella. El mismísimo Steven Pinker, uno de los neurocientíficos que más ha estudiado la evolución de nuestro cerebro, asegura que la lucha por la vida, el deseo de libertad y la búsqueda de la propia felicidad forman parte de nuestro ADN. De acuerdo con Maslow, alcanzar su potencial significa para el ser humano sentirse bien con otras personas, sentirse bien consigo mismo y llegar a alcanzar un estado de armonía y satisfacción plena. En este sentido, Maslow ilustró esta tendencia al desarrollo con una pirámide de necesidades básicas que seguro que conoces, pero que he querido compartir contigo en esta versión dirigida a las necesidades de los más pequeños.

Como bien ilustra la imagen, al igual que un árbol necesita de unas condiciones mínimas para crecer y desarrollarse –básicamente, un poco de tierra firme, agua, luz del sol y espacio para crecer–, el cerebro de tu hijo también tiene unos pocos requisitos básicos. En el ser humano, la tierra firme, el primer nivel, equivaldría a una seguridad física que le proporciona el hecho de crecer con las necesidades básicas de alimentación, descanso e higiene cubiertas, así como un entorno de seguridad en el hogar libre de amenazas o malos tratos, que corresponde al segundo nivel. El tercer nivel, el agua con la que se riega el cerebro, no es otra cosa que el cariño de unos padres afectuosos que protegen y nutren emocionalmente al niño y facilitan que alcance una buena autoestima. En cuarto lugar, de la misma manera que el árbol necesita de espacio para desarrollarse, el niño necesita de la confianza y la libertad de sus padres ya que de otra manera su talento y deseo de explorar puede acabar ahogado por la inseguridad y falta de espacio que le transmiten sus padres. Finalmente, así como las ramas del árbol se estiran para alcanzar los rayos de sol, el cerebro del niño busca de manera natural estímulos que le permitan explorar, jugar, experimentar y descubrir el mundo de los objetos y de las personas que lo rodean en busca siempre de un desarrollo pleno. En distintos capítulos del libro iremos explorando estas cuatro condiciones básicas, pero imprescindibles, para un desarrollo cerebral pleno. Pero en este capítulo quiero enfatizar la importancia que tiene la confianza. Recuerda que tu hijo es como un árbol programado para crecer y desarrollarse plenamente. Ni sus maestros, ni sus padres, ni tu propio hijo saben todavía qué tipo de árbol llegará a ser. Con los años, llegarás a descubrir si tu hijo es una imponente secuoya, un chopo solitario, un cerezo lleno de frutos, una resistente palmera o un majestuoso roble. En lo que puedes confiar es en que el cerebro de tu hijo está programado para desarrollarse plenamente y alcanzar todo su potencial. En muchos casos, tu única labor será precisamente esa: confiar.

3. Disfruta el momento

«La verdadera generosidad para con el futuro reside en darlo todo en el presente.»

ALBERT CAMUS

Hace aproximadamente cinco años caminaba apresurado hacia el tren que me lleva diariamente hacia mi trabajo cuando me encontré con nuestro carnicero. Muy sonriente, me dijo: «¡Buenos días! ¿Cómo lo llevas?». Por aquel entonces yo había empezado a llevar a mi hijo a la guardería cada mañana. Me despertaba una hora antes de lo habitual para poder arreglarme antes de que se despertara. Aunque siempre había soñado con tener una familia y me encantaban los niños, la verdad es que, como les ocurre a muchos padres primerizos, me encontraba desbordado por mis nuevas responsabilidades y por la pérdida de libertad. Por aquel entonces, el esfuerzo equivalía a despertarse dos veces, vestirse dos veces, desayunar dos veces e ir hasta el trabajo dos veces. Era un cambio drástico con respecto a mi vida previa, en la que solo tenía que ocuparme de mí mismo. Estaba cansado, fuera de lugar y, en cierto sentido, me sentía desafortunado. Consecuentemente, respondí al carnicero quejándome de mi cansancio y lamentándome de mi falta de tiempo. Él, un hombre mayor y, como tal, más sabio que yo, me dio un consejo que nunca olvidaré: «Con los hijos, el tiempo pasa, y solo pasa una vez. Lo que dejes de hacer ahora no volverá. Lo perderás para siempre». En ese momento, de alguna manera, mi cerebro hizo clic. Desperté.

Disfrutar la paternidad

Ser papá o mamá es mucho más que una responsabilidad. Es un privilegio. Con frecuencia escucho a padres que, como yo aquel tercer día de guardería, viven la paternidad como una carga. Reparan una y otra vez en su pérdida de libertad, en el cansancio o en la frustración que supone criar a un hijo y parecen olvidar el disfrute que puede proporcionar la paternidad. Ser papá o mamá significa, indudablemente, renunciar o aplazar muchas cosas; el tiempo libre, los viajes, la carrera profesional o el descanso pasan a un segundo plano. Cualquier padre sabe que tener un hijo significa renunciar a vivir despreocupado para vivir muy muy ocupado. Desde mi punto de vista, toda esa renuncia solo tiene sentido si te compensa desde otra parte, y con los niños la mayor compensación es el disfrute.

Si sueles agobiarte por la responsabilidad del cuidado de tus hijos, quiero que intentes redirigir tu atención hacia algo más positivo. Cuando el cerebro cambia el foco de atención, es capaz de ver las cosas totalmente distintas. Fíjate en este dibujo.

Fue realizado en 1915 y representa a una esposa y a una suegra (el título original es Mi mujer y mi suegra, de W. E. Hill). ¿Eres capaz de ver a las dos? Lo curioso del dibujo es que, dependiendo del lugar de la lámina donde fijes tu atención, parecerá una joven o una anciana. Si te fijas en la parte del dibujo en la que las dos solapas del abrigo están a punto de juntarse, verás una prominente barbilla y el dibujo te parecerá la representación de una anciana. Si, en cambio, fijas tu atención sobre la parte de la cara que se encuentra justo bajo el sombrero, verás la silueta de una joven mujer con la cabeza ladeada. Anciana o joven. Suegra o esposa. La realidad es que ambas existen simultáneamente en el dibujo, pero no se pueden ver las dos a la vez. En cierto sentido, la experiencia de criar a un hijo es similar a este cuadro. Te puedes pasar toda la vida prestando atención a la cara amarga que supone el sacrificio o poner el foco de atención en la belleza de ver crecer a tus hijos.

Llevar a tu hijo dormido hasta su cama significa que se siente plenamente seguro entre tus brazos. Llegar tarde al trabajo porque os habéis parado a recoger piñones de camino a la escuela significa que esa mañana has podido saborear un momento mágico al lado de tu hija. Pasar una noche en vela porque al pequeño le están saliendo los dientes significa estar a su lado cuando lo está pasando mal, y renunciar a un día de trabajo por tener que ir a la función de la escuela significa estar presente en los momentos importantes de su vida. No te quepa duda, habrá momentos duros. Pero si quieres ir más allá de la supervivencia y tener una experiencia plena y satisfactoria como papá o mamá, te recomiendo que redirijas tu atención al lado hermoso de la paternidad y lo disfrutes con todas tus fuerzas.

Aprovecha el momento

Como anuncia la cita de Maria Montessori en la introducción de este libro, los primeros seis años son los más importantes en la vida de tu hijo. Durante esos años, se desarrolla la seguridad en uno mismo y en el mundo que nos rodea, desarrollamos el lenguaje, se asienta nuestra manera de aprender y las bases que en un futuro nos permitirán resolver problemas y tomar decisiones.

En este sentido, es muy importante que aproveches los primeros años de vida de tu hijo para estar con él y ayudarlo a desarrollar sus capacidades cognitivas y emocionales. No se trata de llevar a tu hijo a complejos programas de estimulación temprana ni de llevarlo a la mejor escuela infantil de tu comarca. En cada juego, en cada llanto, en cada paseo y en cada biberón hay una oportunidad para educar y potenciar el desarrollo cerebral de tus hijos. Lejos de la escuela y más lejos aún de las clases extraescolares, sabemos que durante estos primeros años de vida los padres y los hermanos son los que más influencia van a tener en su desarrollo y maduración. Los valores, las normas, la perspicacia, la memoria y la capacidad para afrontar problemas se transmiten a través del lenguaje, los juegos, los gestos grandes y pequeños, y todos los demás detalles –pequeños en apariencia– que configuran la educación. Todo este libro trata, precisamente, de darte herramientas y estrategias que tú puedes llevar a vuestra vida diaria, y que permiten que tu hijo aprenda sin presiones, sino más bien a través del juego y el disfrute. De una manera natural que ayude a construir una relación satisfactoria y duradera entre vosotros.

Disfruta el momento

Si para todas aquellas personas que están decididas a sacarle todo el jugo a la vida hay una máxima: «Aprovecha el momento» («Carpe diem»), para todos aquellos que queremos ayudar a nuestros hijos a desarrollar todo su potencial, la máxima debería ser: «Disfruta el momento». El disfrute debe ser parte fundamental del desarrollo del niño. La razón es muy sencilla: los adultos percibimos el mundo en forma de ideas, palabras y razonamientos, pero ¿te has parado alguna vez a pensar cómo perciben tus hijos el mundo? No todos los seres vivos percibimos el universo que nos rodea de la misma manera. Por ejemplo, el cerebro del perro percibe el mundo en forma de olores; el de los murciélagos, en forma de ruidos que se estrellan con su sónar; y el de las abejas, a través de impulsos electromagnéticos. De la misma manera, el niño, sobre todo durante los primeros años de vida, percibe el mundo de una manera completamente distinta a la que tú lo haces. El niño percibe el mundo, principalmente, a través de las emociones, el juego y el afecto.

En este sentido, jugar es clave para apoyar el desarrollar intelectual y emocional del niño. Está claro que el niño también puede aprender de unos padres poco o nada juguetones, pero el juego ofrece muchas ventajas. El cerebro del niño está diseñado para aprender a través del juego. Cuando jugamos con un niño, este entra en modo aprendizaje; todos sus sentidos se centran en la actividad, es capaz de permanecer concentrado, de fijarse en tus gestos y en tus palabras y de recordarlas mucho mejor que cuando lo instruimos o le ordenamos. Cuando jugamos con el niño, entramos en contacto emocional con él; el propio juego despierta sus emociones, pero también el contacto físico con su papá o su mamá, que lo sostienen, abrazan o mordisquean como parte del juego. Cuando un niño juega es capaz de interpretar papeles, de ponerse en el lugar del otro y de pensar en el futuro. Cuando un niño juega es capaz de pensar y de actuar con mayor inteligencia y madurez que las propias de su edad, porque el juego expande su mente como ninguna otra actividad. Si quieres adentrarte en el mundo de tu hijo y trabajar desde su perspectiva, te recomiendo que te sientes o te tumbes en el suelo y te pongas a su nivel. No hay mejor manera de captar la atención de un niño. Puedo asegurarte que, sin decir ninguna palabra, cualquier niño que haya en la habitación se acercará a ti, deseoso de jugar, feliz porque te has acercado a su mundo de emociones y de juego. Te invito a que te sientes en la primera fila de la vida de tus hijos. Y por eso te voy a recomendar en este capítulo, y a través de todo el libro, que te sientes en la alfombra y que utilices el juego y la diversión como herramientas de educación. Desde un lugar tan bajito como el suelo de tu casa, tendrás la plataforma más privilegiada desde la cual observar y participar en el desarrollo cerebral del niño. Disfrútalo.