Cubierta

Meditación azteca

Héctor Grijalva

Plataforma Editorial

Poema náhuatl:

Comienza ya, canta ya, entre flores la primavera, deléitate, alégrate, huya tu hastío, no estés triste, ¿vendremos otra vez a pasar por la Tierra?

Por breve tiempo, vienen a darse en préstamo, los cantos y las flores del dios.

En verdad nunca acabarán las flores, nunca acabarán los cantos, floridamente se alegran nuestros corazones, solamente estaremos un breve tiempo aquí en la Tierra.

Gózate, ¡oh!, cantor y ponte de pie.

Índice

  1.  
    1. Presentación
    2. Introducción
  2.  
    1. 1. Fundamentos ideológicos de la meditación azteca
      1. Los tres principios universales
      2. El nahual
    2. 2. El sitio para meditar
    3. 3. Meditación individual, tlákatl moteopeyotsi
    4. 4. Algunos ejemplos de meditación para casos particulares
      1. Atl, «agua»
      2. Ehécatl, «viento»
      3. Acátl, «caña»
      4. Técpatl, «pedernal»
      5. Tonatiuh, «Sol»
      6. Xóchitl, «flor»
      7. Cóatl, «serpiente»
      8. Cuauhtli, «águila»
      9. Cuetlachtli, «lobo»
      10. Huilótl, «paloma»
      11. Huitzili, «colibrí»
      12. Itzcuintli, «perro»
      13. Mazátl, «venado»
      14. Miztli, «puma»
      15. Océlotl, «jaguar»
      16. Ozomatli, «mono»
      17. Papálotl, «mariposa»
      18. Quetzal, «ave tropical»
      19. Techálotl, «ardilla»
      20. Tochtli, «conejo»
      21. Yolotli, «corazón»
    5. 5. Meditación y alucinógenos
    6. 6. Cierre de sesión
  3.  
    1. Bibliografía

Presentación

Nací en Nogales, pequeña ciudad de Sonora, en México, en la frontera con Estados Unidos. Es una región desértica, en el pasado escenario de luchas feroces de apaches, pápagos y pimas contra el hombre blanco, cuyos rostros fueron primero el del conquistador español, después el del franciscano colonizador y, finalmente, los de las tropas de rurales mexicanos y la caballería estadounidense.

Mi niñez transcurrió embelesada con los relatos de mi abuelo Pancho sobre las luchas de los apaches indómitos, que nunca fueron vencidos en combate, reforzados, además, con el cine de mi infancia, rico en westerns –género al que llamábamos «películas de indios y vaqueros»–.

Desayunaba entonces un tazón de cereales con leche y rodajas de plátano. Eran hojuelas de maíz y ocasionalmente de arroz. Un día, vi que la cara posterior de la caja de cereales traía una estampa con la imagen de Acamapichtli, el primer huey tlatoani –emperador– azteca. Me impresionó la majestuosidad de su porte, su vestuario y su mirada estoica. Cada mes aparecía en la caja el siguiente gobernante. Los recorté de las cajas y los coleccioné todos, hasta el último, Cuauhtémoc.

Me pareció sorprendente que mis amigos del vecindario no se impresionaran con estos personajes. Solamente yo hice la colección. A partir de ese momento, cada vez que escuchaba en la escuela la historia de los aztecas, reforzaba mi interés por estos hombres a quienes percibía como valerosos y sabios. Lamentablemente, después de la escuela secundaria no se enseña más historia de nuestros antepasados en la educación oficial. De manera que procuré leer todo lo que caía en mis manos sobre toltecas, mayas, zapotecas y sobre la historia de la Conquista.

A los dieciocho años terminé la preparatoria y decidí estudiar Medicina en la Universidad Nacional, en Ciudad de México. Mi padre me dijo: «Lo lamento, hijo, pero eso no será posible. No irás a estudiar porque yo no puedo pagar esos gastos». Obtuve una beca de una fundación particular, y me dirigí a la capital del país convencido de que debía también conseguir un empleo. Pero nunca antes había trabajado, y prácticamente no sabía hacer nada, solo hablaba un poco de inglés.

Me inscribí en la Facultad de Medicina y obtuve un empleo como guía turístico. Mi trabajo consistía en mostrar a los paseantes estadounidenses y canadienses los sitios arqueológicos más importantes de la región, como Teotihuacan, Tula, el centro histórico de la capital, y el Museo Nacional de Antropología. No sabía mucho de esos temas, de manera que al tiempo que asistía a las clases de medicina, estudiaba la historia de los aztecas, la arquitectura y las leyendas del México prehispánico. Gracias a ello pude terminar mis estudios y convertirme en un profesional, de manera que siempre he estado, además de interesado por ellos, profundamente agradecido con mis ancestros.


En 1980 nos instalamos mi esposa, Lupita, y yo en la ciudad de Aguascalientes. Ella era psicóloga; yo, neurólogo. Al poco tiempo comprendí la importancia de combinar las dos actividades, y juntos estudiamos y comenzamos a practicar la psicoterapia Gestalt. Lupita inició este enfoque de pensamiento en la ciudad, y fue también la primera en impartir cursos sobre esta disciplina. Mi colaboración consistió en aportar fundamentos neurofisiológicos. Tuvimos la oportunidad de iniciar una universidad particular y de impartir en ella los primeros posgrados en el campo de la psicoterapia. La maestría en Psicoterapia Gestalt, la maestría en Psicoterapia Gestalt Infantil y el doctorado en Psicoterapias Humanistas tenían como base la técnica de Fritz Perls, pero desde el principio incluimos otras actividades, como la hipnosis, los procesos psicocorporales, la psicoterapia transpersonal y la meditación.

Tanto en la universidad como en mi consulta particular recurrí a la hipnosis, a las técnicas hipnagógicas y a la meditación, a través de las cuales incluíamos de manera empírica conceptos de la filosofía, la música y la espiritualidad azteca. La meditación con elementos de la cultura azteca comenzó a ser un elemento cotidiano en mi trabajo profesional.

Mientras trabajábamos en la universidad, pudimos contar con la colaboración de personajes destacados de la Gestalt de todo el mundo, como Claudio Naranjo, Pedro de Casso, Sonia Giménez y Quim Mesalles, representantes de la meditación como Ferrán Lacoma y Nela Bhárgavi, así como con la de un geshe la, quien nos impartió un curso de meditación tibetana, y la de Werner Meinhold, experto en hipnosis.

En medio de toda esa constelación de amigos profesores se dio un hecho particular, por el que me decidí a formalizar el trabajo que hacíamos. Hicimos una semana de meditación con Claudio Naranjo en Malinalco, estado de México. La experiencia fue sublime, de una paz inconmensurable gracias al contacto con el universo interior, el campo, la hierba y las flores. Claudio, con su enorme caudal de experiencia, nos compartió los diferentes estilos de meditación que aprendió en países asiáticos; meditamos en movimiento con una danzarina persa, y los estados de trance terminaban con el sonido de un pequeño gong. Fue entonces cuando me pregunté: si estamos en el centro de una tierra que fue habitada por aztecas y matlatzincas, rodeados de montañas y campos que fueron el eje de entrenamiento de los guerreros águila y los jaguar, en las que ejercieron su poderío Axayácatl y Ahuízotl, padre y tío de Moctezuma, en las que se erigió también el templo a Malinalxóchitl, diosa de la magia y la adivinación, ¿por qué no entonces meditar como lo hacían ellos?

De allí nació mi idea de presentar por primera vez una conferencia y un taller de meditación azteca en el I Congreso Internacional de Terapia y Meditación, celebrado en Barcelona en octubre de 2014.

Introducción

Hernán Cortés y su ejército desembarcaron en las playas de México el 10 de julio de 1519 con la firme intención de alcanzar la ciudad de Tenochtitlán, de la que habían recibido muchos comentarios. Sabían por los relatos que era una ciudad grande y rica. Llegaron a la capital del imperio azteca cuatro meses después y, al entrar en ella, la compararon con las ciudades europeas. La describieron como dos veces mayor que Sevilla.

Pero no fue solamente el tamaño lo que les impresionó. Sabían que la región que apenas conocían no era la India ni la China, como había creído Cristóbal Colón, sino un mundo nuevo. Se encontraron frente a un pueblo con amplios conocimientos de astronomía, matemáticas, organización social y política. La arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía y la orfebrería estaban sumamente desarrolladas.

Asimismo, se dieron cuenta de que su religión estaba bien estructurada, con una base filosófica propia, una mitología original y una férrea disciplina personal, manifestada por la costumbre de meditar y hacer sacrificios.

La guerra de la Conquista duró dos años, y en ella fueron destruidos edificios, culturas y hombres. En la etapa de reconstrucción participaron militares y religiosos. Los gobernantes utilizaron las ruinas de las pirámides para levantar edificios de estilo europeo. Los misioneros se dieron a la tarea de instalar una nueva religión sobre las creencias de los aztecas, que consideraron heréticas y diabólicas.

La nueva fe exigió que se destruyeran las imágenes religiosas, a las que llamaron «ídolos», y también las creencias. ¿Qué ocurrió con la meditación? Si bien es cierto que no existe ningún texto en el que se describa explícitamente la prohibición de meditar, resulta lógico pensar que esta práctica se incluyó dentro de las prohibiciones de actos que se consideraban idólatras.

Los aztecas aceptaron la nueva religión, sin embargo, a su práctica le incluyeron rituales que ya celebraban. Las danzas, la música, los festivales y los juegos revistieron el cristianismo, de manera que desde entonces se celebra con un sincretismo cultural e ideológico sumamente vistoso y colorido.

La diferencia fundamental entre la filosofía azteca y la europea residía en el «naturalismo». Los habitantes del Nuevo Mundo no se ocupaban del «racionalismo», pues todo su pensamiento se relacionaba con el entorno. Todo se vinculaba con las plantas, las flores, los animales y los fenómenos meteorológicos. El ser humano era visto como uno más de los seres vivos sobre la faz de la Tierra.

La meditación se convirtió en oración.