Cubierta

«La cultura financiera es esencial para que los ciudadanos puedan preservar y aumentar sus ahorros en estos tiempos. Alberto Chan pone a disposición del lector su experiencia y lo hace con un lenguaje fácil de comprender. Un libro entretenido y bien documentado que se convertirá en un manual para consultar con frecuencia.»

Daniel Lacalle, economista de la City de Londres

«Vivimos en un mundo en el que las finanzas han ocupado un protagonismo que en muchas ocasiones resulta excesivo. Por ello, es un hecho inevitable que debemos abordarlas con responsabilidad, y para conseguirlo es necesario una buena educación financiera. El libro de Alberto Chan contribuye a ello y confío en que ayudará a entender nuestra actitud ante este complejo mundo.»

Mario Conde, abogado del Estado y expresidente de Banesto

«La educación financiera es la herramienta más útil para evitar una sociedad débil en el futuro. La educación financiera de los niños no se puede considerar un gasto, todo lo contrario, es la mejor inversión y sus dividendos serán una sociedad con mejor equilibrio de riqueza.»

Ram Bhavnani, inversor millonario de la Lista Forbes

«Nuestra sociedad necesita mejorar su educación financiera y con este libro Alberto Chan señala la dirección adecuada. En él encontrarás lo que necesitas para mejorar tu relación con el dinero, de una forma práctica y directa.»

Vicens Castellano, trader y expresentador de televisión

«La educación financiera nos evitará los problemas financieros de los últimos tiempos, creando sociedades más avanzadas y ciudadanos más responsables. El libro de Alberto Chan transmite conocimientos financieros y educativos para nuestros hijos, sencillos y muy prácticos.»

José Luis Gómez Mosquera, director gerente del periódico Cinco Días

«Con gran valentía intelectual, Alberto Chan vuelve a sorprendernos con una gran obra sobre educación financiera accesible a todo el mundo; una obra fácil, directa, concisa y fruto de su amplia experiencia.»

Manuel Carneiro, consejero delegado de IFFE

Educación financiera

Para padres e hijos

Alberto Chan

Plataforma Editorial

Índice

  1.  
    1. Prólogo de José Luis Gómez Mosquera
    2. Introducción
  2.  
    1. 1. El dinero
      1. Dinero y avaricia
      2. Dinero y honestidad
    2. 2. El ahorro y la inversión
      1. El ahorro
      2. La inversión
    3. 3. Rentabilidad, riesgo y liquidez
    4. 4. Activo y pasivo
      1. El punto de partida no es excusa
      2. Pasivos que se convierten en activos
    5. 5. Tipos de ingresos
      1. Existen múltiples tipos de ingresos distintos al salario
      2. Una reunión muy fructífera con el señor Ram Bhavnani
      3. Ingresos activos e ingresos pasivos
      4. Ingresos pasivos a nuestro alcance
    6. 6. Deudas buenas y deudas malas
      1. La impulsividad de las deudas rápidas
      2. Tipos de deudas
    7. 7. Tarjetas de crédito y de débito
      1. El problema invisible del crédito
      2. El uso de las tarjetas de débito
      3. El ciclo de la pobreza a base de «falsa riqueza»…
      4. Aeropuertos, el mercadillo de las tarjetas de crédito
      5. Dinero electrónico y dinero en efectivo
    8. 8. Los gastos (obligatorios y superfluos)
      1. ¿Cuánto vale un mes de su vida?
      2. ¿Debo reducir al máximo mis gastos?
    9. 9. Productos financieros (buenos y malos)
      1. El vencimiento de un producto no es más que el tiempo que dura la inversión
      2. Tipos de productos en el mercado
    10. 10. La prima de riesgo
      1. La prima de riesgo, indicador de confianza
    11. 11. Ciclos económicos (tipos de interés y BCE)
      1. ¿Y qué ocurre si la inflación crece por encima del 2 %?
      2. ¿Y qué ocurre si los precios no crecen, sino que decrecen?
      3. ¿La caída de precios (deflación) es mala?
      4. Los ciclos económicos y los tipos de interés
      5. Los tipos de interés y las hipotecas
    12. 12. Desarrolle el carácter emprendedor de sus hijos
      1. Desarrollo del emprendimiento
      2. Limonada a la americana
      3. Necesito este juguete y vale tanto…
      4. Facebook, Twitter, Instagram…
    13. 13. Las siete frases de la educación financiera
    14. 14. Diez ideas de negocio que no necesitan capital
    15. 15. Reflexiones de un bróker (I)
      1. ¡¡¡La mayoría prefiere ser pobre!!!
      2. ¡La suerte no existe, la suerte se crea!
    16. 16. Reflexiones de un bróker (II)
    17. 17. Reflexiones de un bróker (III)
    18. 18. Fin del camino
  3.  
    1. Agradecimientos

Prólogo

Queridos amigos:

Vuelve a sorprenderme Alberto en dos aspectos, uno por pedirme por segunda vez que le escriba el prólogo de uno de sus libros; le doy sinceramente las gracias de corazón por la confianza. Y otro, más importante, por el enfoque que el autor le confiere a una materia tan importante como a su vez olvidada en nuestras formaciones básicas y en las de nuestros hijos.

Aunque parezca obvio decir que se trata de un análisis que nos hubiese ahorrado muchos problemas en los últimos tiempos, no quiero dejar pasar la ocasión de recalcar que una buena formación financiera de base hace a los ciudadanos más responsables y a las sociedades más avanzadas, lo que evita las mareas que en cierta medida nos han arrastrado a una situación tan compleja y de tanta incertidumbre, como la que hemos tenido que vivir en la última década, y que tristemente aún deberemos soportar algunos años más.

Voy a intentar ser breve, pues el protagonista de cualquier prólogo debe ser, naturalmente, el libro o, en cualquier caso, su autor, pero nunca un servidor.

El libro que he tenido el gusto de leer tiene tres características que pocas veces se ven reunidas en un libro de este estilo, sin las cuales, instantáneamente, se convertiría en una más del elenco de publicaciones sobre la materia que duermen en los estantes de las librerías.

Es sencillo: el autor huye de alharacas en las descripciones y los términos, con lo que cumple la función didáctica de acercar una materia, característica de quien realmente quiere dirigirse a «todo el mundo».

Para una persona con el conocimiento del autor, este es un ejercicio muy importante, ejercicio que agradecemos, pues Alberto podría haber caído –como sucede en muchos casos con libros similares– en la satisfacción del ego al intentar plasmar toda su sabiduría sobre la materia, con lo que hubiera ido en contra del fin último del libro: acercar el conocimiento de la educación financiera a su público.

Es educativo: el libro está enfocado al verdadero aprendizaje del lector, y no tiene otra intención que la de transmitir el conocimiento desde un punto de vista muy práctico y de manera directa. En su lectura, el lector se encontrará con términos de uso cotidiano, que aparecieron en algún momento de su vida, y en los que nunca se paró a pensar sobre qué significaban realmente, o sobre los que nadie le contó de una manera sencilla y comprensible.

Es práctico: de la primera característica, la sencillez, surge una tercera, la practicidad, sin la una es complicado encontrar la otra. Una de las cosas que he encontrado en los libros que ha publicado Alberto es que desde el punto de vista de este autor no se entiende la explicación sin la utilidad, carece de sentido; de esta forma se obliga a sí mismo, en cada descripción terminológica, a buscar un punto cotidiano de practicidad que para el lector cumple una doble funcionalidad: conocimiento y facilidad de aplicación.

Por estos tres elementos, pienso que, nuevamente, el autor encuentra y combina las características adecuadas para conseguir el objetivo propuesto, objetivo que debería buscar un libro de esta índole y con un enfoque tan marcado. A esto podríamos añadir, además, el hecho no menos baladí de que el libro hace énfasis en la educación financiera a edades tempranas, lo que lo hace doblemente útil.

Os lo recomiendo a todos, y aliento al señor Chan a no dejar de sorprendernos con publicaciones tan necesarias y acertadas.

JOSÉ LUIS GÓMEZ MOSQUERA,

director gerente del periódico Cinco Días

Introducción

Piense y recuerde por un momento su tierna infancia, donde todos y cada uno de nosotros tuvimos en la escuela nuestros primeros amigos, aprendimos a leer y a escribir, recibimos educación en diferentes ramas del saber, tanto de las académicas –matemáticas, ciencias, lenguaje, música, etcétera–, como sobre lo que estaba bien o lo que estaba mal, la educación vial, la educación ciudadana, el respeto y el compañerismo en nuestro entorno, etcétera. En definitiva, vivimos un cúmulo de experiencias y de aprendizajes que formaron los cimientos de quienes seríamos en un futuro, futuro que por aquella época nos parecía muy lejano y que ahora llamamos «presente».

Todos esos conocimientos adquiridos –una parte en la escuela, otra a través de nuestros padres y una última a través de nuestros amigos– nos fueron dando una forma de pensar y de actuar que son parte de lo que hoy somos.

Sin embargo, en nuestra sociedad hay una gran carencia de un tipo de educación que, más que complementaria, considero vital: la educación financiera. Una educación tan –o más– importante que muchas de las mencionadas y sin la cual crecemos, con la idea de que en la época adulta será suficiente con tener conocimientos académicos para encontrar un empleo estable, recibir un ingreso con el correspondiente «salario» y tener nuestra deseada estabilidad financiera.

¿De verdad podemos educar así a nuestros hijos?, ¿a quién queremos engañar? No tenemos más que mirar a nuestro alrededor para ver que la inmensa mayoría de la sociedad tiene problemas de dinero, más por defecto que por exceso.

Hay problemas de dinero cuando nos cuesta llegar a fin de mes, cuando tenemos problemas con el pago de la hipoteca, cuando tenemos incertidumbre respecto al pago de las pensiones, problemas por no saber dónde poner ese capital ahorrado, que las entidades bancarias, a base de comisiones, disminuyen a gran velocidad; también tenemos problemas con los diversos tipos de impuestos a los que debemos hacer frente diariamente… Y todo ello dentro de una de las peores crisis financieras de la historia, que no hace más que sacar a flote un problema de nuestra sociedad: la carencia de una buena educación financiera.

Nos educan para que dediquemos aproximadamente veinte años de nuestra vida, desde muy pequeños, al estudio y al aprendizaje de diversas materias, argumentando que esto será lo necesario para defendernos en nuestra vida profesional. Sin embargo, este argumento se desmonta por sí solo cuando vemos que, actualmente, teniendo la generación de jóvenes mejor preparada de los últimos años, se da el mayor paro juvenil y unos salarios nada equiparables con la formación adquirida.

Esto es solo un síntoma de que desde muy pequeños, durante nuestra formación, no se nos enseñó ni transmitió la importancia de tener educación financiera. Una educación que nos permita tener habilidades con el manejo del dinero para obtener estabilidad financiera, y no luchar por sobrevivir, sino por vivir la vida que deseamos.

Estoy seguro de que muchos de los padres de este país, cuyos hijos están en edad escolar, desearían que sus hijos complementaran su educación académica con una educación sobre el dinero, lo que les brindaría una gran defensa para el futuro, en el que tendrán que acudir a una entidad bancaria a pedir un préstamo, decidir qué parte de sus ingresos va a ser destinada al gasto, cuál al ahorro y qué porcentaje a la inversión, y deberán tener un gran control de las comisiones bancarias para evitar sorpresas con cargos a sus cuentas.

Una de las cosas que considero más importantes para tener la vida que deseamos es crear una estructura financiera que permita a nuestros hijos, año tras año, incrementar su ahorro con el fin de evitar las duras situaciones que vemos cada día, en las que miles de personas se enfrentan a desahucios por impago.

Todo ello tiene una razón de ser: vivimos en un mundo globalizado, en el que nos afectan –aunque muchos consideren que son mundos paralelos– la situación de la prima de riesgo de cada país y la evolución de los tipos de interés (que luego se verá reflejada en el pago de los intereses de nuestra hipoteca), y conocer la enorme relación entre la evolución de la bolsa y nuestro bienestar económico puede ayudarnos, si sabemos cómo podemos beneficiarnos de ello.

Pues bien, estimado lector, cada libro que escribo, lo hago con un propósito muy claro: cubrir una necesidad que pueda ayudar al que se deje ayudar.

Dicha necesidad será la de tener una buena educación financiera personal, para que podamos transmitirla a nuestros hijos con el fin de que ellos no tengan ni caigan en los mismos problemas financieros actuales. Para ello será necesario compartir con ellos una serie de conceptos, ideas y formas de pensar que les aporten esa diferencia necesaria sobre el resto de la población en materia de dinero.

Educar financieramente es mucho más que enseñar las técnicas de administrar nuestro propio dinero, que es un primer paso para no hundirnos en las deudas. Es tener muy claras las reglas del dinero para ser ganadores en este juego. Seguramente, a muchos de nosotros nos suenen cercanas las enseñanzas que nos inculcaron desde pequeños sobre la importancia del ahorro, cuando depositábamos en nuestra hucha (normalmente en forma de un simpático cerdito) el dinero que recibíamos por nuestros cumpleaños, comuniones, Navidades, etcétera, con el argumento de que ese ahorro sería necesario para el futuro, algo que a simple vista no está mal enfocado, pero que evidentemente no es ni será nunca suficiente, dado que con ello no se evitan tener más adelante, si nuestra educación financiera se limita exclusivamente a esas ideas, ciertos problemas financieros.

Me pregunto: ¿dónde queda el término «inversión»?, ¿hasta qué punto es bueno asumir deudas?, ¿sabemos sacarle realmente rentabilidad a nuestro dinero? ¿O realmente lo cedemos «gratuitamente» a una entidad bancaria para que nos ofrezca un depósito o una cuenta corriente que apenas nos da el 1 % de rentabilidad anual, lo que sabemos perfectamente que no nos ayudará a mejorar nuestra riqueza para el próximo año?

Estimado lector, sea usted padre, madre o espere serlo en algún momento de su vida, puedo asegurarle sin ninguna duda tras mis años de experiencia en el mundo financiero –invirtiendo mi capital, asesorando a cientos de personas sobre lo que deberían hacer con su capital para evitar los principales errores que cometemos en nuestro país–, que la diferencia entre riqueza y pobreza no es el dinero, sino la educación financiera.

Educar a nuestros hijos, educarnos a nosotros mismos o bien transmitir estos conocimientos a nuestros seres queridos será la mejor manera de ayudar a una persona, dado que todo el mundo, en mayor o menor medida, maneja dinero a lo largo de gran parte de su vida, y lo que realmente le diferenciará económicamente del resto será lo que haga con su dinero, desde que le llega por una mano hasta que le sale por la otra.

La decisión de ahorrar, invertir o gastar es lo que marca la diferencia entre personas cuyo capital crece año tras año y aquellas –de las que seguramente conocemos varias– que, independientemente de que incrementen sus ingresos, tienen o tendrán siempre problemas de dinero y necesitarán seguir ingresando más, creyendo que con esto eliminarán sus problemas económicos, sin saber que estos radican en su educación financiera.

Les voy a poner un ejemplo que he comentado muchas veces con amigos.

Suponga que va por la calle paseando y se encuentra con una persona que, por desgracia, mendiga y pide limosna. Si deseamos ayudarla, podemos seleccionar una de dos opciones: la rápida y sencilla o la lenta y compleja.

La solución rápida será ofrecerle un poco de dinero y seguir con nuestras vidas. Pero es muy probable que al día siguiente o la próxima vez que pasemos por ahí volvamos a encontrarnos en la misma situación, con la misma persona, dado que esa limosna es una simple tirita ante una hemorragia mayor, que es la carencia de una fuente de ingresos o un problema financiero mayor.

La solución «lenta y compleja» podría parecer a simple vista chocante para la realidad de la persona que quiere una limosna. Si el problema que le llevó a esa situación es financiero, se sale de ese problema a través de educación financiera. Si nos limitamos a ofrecerle una limosna, el problema de dicho mendigo persistirá, sin poder ofrecerle alguna oportunidad de cambio y sin hacerle ver cuál es su mayor generador potencial de ingresos: su mente.

Acercarse a dicho mendigo con una lista de libros de educación financiera previamente seleccionados de la biblioteca pública –y, por lo tanto, de acceso gratuito– le ofrecerá una posibilidad real de adquirir el conocimiento sobre educación financiera necesario para explotar su potencial y convertirlo en una fuente de ingresos; eso es lo que realmente podrá ayudarlo. Como dice un gran proverbio: «Si tienes un amigo, dale un pez, pero si es realmente tu amigo, enséñalo a pescar». De esta manera, le estaremos ofreciendo una vía de escape a su problema financiero basándonos en una solución financiera.