Cubierta

JENNIFER L. ARMENTROUT

OBLIVION

SAGA LUX

Traducción de Miguel Trujillo

Plataforma Editorial neo

Índice

    1. Capítulo 1
    2. Capítulo 2
    3. Capítulo 3
    4. Capítulo 4
    5. Capítulo 5
    6. Capítulo 6
    7. Capítulo 7
    8. Capítulo 8
    9. Capítulo 9
    10. Capítulo 10
    11. Capítulo 11
    12. Capítulo 12
    13. Capítulo 13
    14. Capítulo 14
    15. Capítulo 15
    16. Capítulo 16
    17. Capítulo 17
    18. Capítulo 18
    19. Capítulo 19
    20. Capítulo 20
    21. Capítulo 21
    22. Capítulo 22
    23. Capítulo 23
    24. Capítulo 24
    1. Agradecimientos

Este libro es para todos los fans de Daemon Black que querían más de él.

¡Espero que os guste!

CAPÍTULO 1

Con más rapidez de lo que podría captar el ojo humano, me moví silenciosamente entre los árboles en mi auténtica forma, corriendo sobre la hierba espesa y las rocas cubiertas de musgo y llenas de rocío. No era más que un borrón de luz recorriendo los árboles a toda velocidad. Ser un alienígena de un planeta a 1,3 billones de años luz significaba básicamente ser increíble.

Pasé de largo fácilmente junto a uno de esos malditos vehículos de bajo consumo que estaba subiendo por la carretera principal que pasaba más allá de mi casa.

¿Cómo demonios era posible que esa cosa arrastrara un remolque alquilado?

Aunque no es que fuera importante.

Ralenticé la velocidad y adopté mi forma humana, ocultándome entre las espesas sombras que proyectaban los robles mientras el coche pasaba junto a la casa vacía al comienzo de la vía de acceso, y después se detenía frente a la casa que había al lado de la mía.

–Mierda. Vecinos –murmuré cuando vi que la puerta del conductor se abría y una mujer de mediana edad salía de ella. La observé mientras se agachaba para hablar con otra persona en el interior del coche.

Soltó una carcajada y después ordenó:

–Sal del coche.

Quienquiera que estuviera con ella no le hizo caso, y la mujer acabó cerrando la puerta del vehículo. Subió los escalones del porche prácticamente dando saltos y abrió con llave la puerta principal.

¿Cómo podía estar pasando algo así? Se suponía que la casa tenía que permanecer vacía; que no podía haber humanos en ninguna de las casas que había por los alrededores. Aquella carretera era la maldita puerta a la colonia Luxen que había en la base de las Seneca Rocks, y no era posible que hubieran puesto la casa en venta y esos gilipollas trajeados no se hubieran dado cuenta.

Aquello no podía estar pasando.

La energía chisporroteaba sobre mi piel, vibrante, y la necesidad de volver a recuperar mi auténtica forma era difícil de ignorar. Y eso me cabreaba. Mi casa era el único lugar en el que podía ser yo mismo, en el que podíamos ser nosotros mismos sin miedo a que nos descubrieran. Y esos gilipollas, los del Departamento de Defensa, el puto Departamento de Defensa, lo sabían.

Apreté los puños.

Vaughn y Lane, mis dos niñeros particulares contratados por el Gobierno, tenían que estar al corriente de la situación. Debía de habérseles pasado por las malditas cabezas cuando vinieron a vernos una semana antes.

La puerta del copiloto del Prius se abrió chirriando, atrayendo así mi atención. Al principio no podía ver quién había salido, pero entonces pasó por la parte delantera del coche y quedó completamente a la vista.

–Mierda –volví a murmurar.

Era una chica.

Por lo que podía ver, tendría más o menos mi edad, tal vez un año menos, y mientras se giraba en un círculo lento, mirando el bosque que trepaba hasta el césped alrededor de las dos casas, tenía aspecto de estar esperando a que un puma rabioso se abalanzara sobre ella.

Sus pasos eran dudosos cuando se aproximó al porche, como si todavía estuviera preguntándose si realmente quería entrar en la casa. La mujer, que supuso que era su madre a juzgar por el pelo de un tono oscuro parecido, había dejado abierta la puerta de entrada. La chica se detuvo en la base de los escalones.

La evalué con la mirada mientras me movía sin rumbo y en silencio entre los árboles. Parecía tener una estatura corriente. De hecho, toda ella parecía corriente: su pelo de un castaño oscuro, apartado de la cara en un moño desordenado; su cara pálida y redondeada, su peso medio… desde luego, no era una de esas chicas flacuchas que tanto odiaba. Y luego estaban sus… Vale. No todo en ella era corriente. Mi mirada se quedó fija en sus piernas y en otras zonas.

Joder, qué piernas tenía.

La chica se giró y miró el bosque mientras cruzaba los brazos justo por debajo del pecho.

Vale. Dos zonas en particular no eran nada corrientes.

Examinó la línea de árboles y su mirada se detuvo… se detuvo justo donde yo me encontraba. Abrí las manos a los costados, pero no me moví, no me atreví a obligar a mis pulmones a tomar aire. Me estaba mirando directamente.

Pero era imposible que me viera. Me encontraba demasiado oculto entre las sombras.

Transcurrieron unos cuantos segundos antes de que descruzara los brazos y se girara para dirigirse lentamente hasta el interior de la casa. Dejó la puerta abierta de par en par tras ella.

–¿Mamá?

Incliné la cabeza hacia un lado ante el sonido de su voz, que también era… corriente. No había ningún acento distinguible, ninguna indicación del lugar de donde provenían.

En cualquier caso, no debían de tener ningún sentido de la seguridad personal, dado que ninguna de las dos pensó en cerrar la puerta tras ellas. Claro que, por esa zona, la mayoría de los humanos creían que se encontraban totalmente a salvo. Después de todo, el pueblo de Ketterman, situado justo a las afueras de Petersburgo, en Virginia Occidental, ni siquiera salía en los mapas. La policía se pasaba más tiempo persiguiendo al ganado que se escapaba y disolviendo fiestas en los campos que ocupándose de un crimen real.

A pesar de que los humanos ciertamente tenían un desagradable hábito de desaparecer por ahí.

La sonrisita que curvaba mis labios se desvaneció cuando una imagen de Dawson apareció en mis pensamientos. No solo los humanos…

Cuando pensaba en mi hermano, la furia burbujeaba en mi interior, rugiendo hasta la superficie como un volcán a punto de estallar. Ya no estaba… había muerto por culpa de una chica humana. Y ahora había otra maldita chica humana mudándose a la casa de al lado.

Teníamos que… fingir ser humanos, mezclarnos entre ellos, e incluso actuar como ellos, pero estar cerca de ellos siempre acababa en desastre.

Siempre acababa con alguien desaparecido o muerto.

No tengo ni idea de cuánto tiempo permanecí allí, mirando la casa, pero la chica volvió a aparecer. Distraído, me enderecé mientras la veía caminar hasta la parte trasera del remolque. Se sacó una llave del bolsillo y después abrió la puerta de metal.

O lo intentó.

Y después lo intentó un poco más.

Forcejeó con la cerradura y después con la palanca durante lo que tenía que ser el rato más largo de la historia. Tenía las mejillas sonrojadas y los labios fruncidos, y parecía estar a punto de darle una patada a la parte trasera del remolque. Por Dios santo, ¿cuánto podía tardar una persona en abrir la puerta de un remolque? Estaba convirtiéndolo en una maratón. Sentí una ligera tentación de hacer notar mi presencia y mover el culo hasta allí para abrirle la maldita puerta.

Por fin, después de una eternidad, logró abrir el remolque y bajó la rampa. Desapareció en su interior para reaparecer unos momentos después con una caja. La observé mientras la llevaba a la casa y después regresaba. Volvió a subir por la rampa y bajó tambaleándose, con una caja que tenía que pesar más que ella, a juzgar por la expresión de esfuerzo de su cara.

Rodeó el remolque, e incluso desde donde me encontraba pude ver que le temblaban los brazos. Cerré los ojos, irritado por… todo. Logró llegar hasta los escalones, y supe que no había forma de que pudiera subir esa caja hasta el porche sin caer y posiblemente romperse el cuello.

Levanté las cejas.

Si se rompía el cuello, supongo que entonces quedaría resuelto el problema de que se mudara a la casa de al lado.

Puso un pie sobre el escalón inferior y se balanceó hacia un lado. Si se caía entonces, estaría bien. Subió otro escalón, y el estómago me rugió. Joder, tenía hambre, y eso que me había comido unas diez tortitas hacía una hora.

Casi había llegado a la parte superior de los escalones, y no, si se caía no iba a romperse el cuello. ¿Quizá un brazo? Una pierna sería exagerar. Mientras plantaba el pie en el siguiente escalón y después levantaba lentamente el otro pie tras él, me sentí impresionado muy a mi pesar por su firme determinación de meter esa caja en la casa. Cuando se tambaleó peligrosamente en la parte de arriba, murmuré una lista bastante obscena de juramentos y levanté la mano.

Dirigiendo la atención hacia la caja que llevaba en las manos, invoqué la Fuente. Me concentré mentalmente en levantar la caja solo un poquito, quitando la peor parte del peso de sus brazos. Se detuvo en el porche tan solo durante un breve segundo, como si hubiera reconocido el cambio, y después negó con la cabeza y entró en la casa.

Bajé lentamente la mano, un tanto aturdido por lo que había hecho. La chica no tenía forma de saber que un tío cualquiera escondido en el bosque era el responsable de eso, pero, joder, seguía siendo una gilipollez por mi parte.

Siempre corríamos el riesgo de exponernos cada vez que utilizábamos la Fuente, sin importar lo insignificante que fuera.

La chica volvió a aparecer en el porche, con las mejillas de un rosa intenso a causa del trabajo acumulado, y volvió a dirigirse hasta el remolque mientras se secaba las manos en los vaqueros cortos. Una vez más, bajó tambaleándose con una caja mortal entre los brazos, y me pregunté dónde demonios estaría su madre.

La chica perdió el equilibrio, y la caja, evidentemente pesada, repiqueteó. Había cristal dentro. Y como estaba compitiendo para ganar el título al mayor gilipollas del mundo, me quedé ahí entre los árboles, con el estómago rugiendo como un maldito motor, y la ayudé a cargar caja tras caja sin que ella lo supiese siquiera.

Para cuando terminó/terminamos de llevar hasta el último objeto al interior de la casa, me sentía drenado, muerto de hambre y seguro de que me había arriesgado a acceder a la Fuente lo suficiente como para que me examinaran la maldita cabeza. Arrastré el cansado culo por los escalones de mi casa y me deslicé al interior en silencio. No había nadie aquella noche, y estaba demasiado exhausto para cocinar, así que me tragué como dos litros de leche y después caí rendido en el sofá.

Mi último pensamiento fue sobre mi fastidiosa vecina nueva y mi plan para no volver a verla jamás, demasiado genial como para fracasar.

* * *

La noche había caído, y unas nubes gruesas, oscuras e impenetrables ocultaban las estrellas y cubrían la luna, sofocando hasta las más mínima cantidad de luz. Nadie podía verme, lo cual probablemente fuera algo bueno.

Sobre todo teniendo en cuenta que me encontraba de pie en el exterior de la casa que hasta hace poco había estado vacía, como un acosador de uno de esos programas de crímenes reales. Y no era la primera vez. Menudo plan para no volver a ver a esa tía.

Aquello se estaba convirtiendo con rapidez en un hábito perturbador. Traté de convencerme de que era algo necesario. Necesitaba saber más acerca de nuestra nueva vecina antes de que mi hermana melliza, Dee, la viera y decidiera que quería ser su mejor amiga. Dee era todo lo que me quedaba en este mundo, y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerla.

Eché un vistazo a mi casa y solté un resoplido de exasperación a través de la nariz. ¿Sería tan terrible si, no sé, si quemara la maldita casa hasta los cimientos? Es decir, no iba a dejar que esas… que esas humanas se quemaran ni nada parecido. No era una persona tan horrible. Pero si no había casa, tampoco habría problema.

A mí me parecía bastante sencillo.

Lo último que necesitaba, lo último que cualquiera de nosotros necesitaba, era otro problema.

Aunque era tarde, había una luz encendida en una de las habitaciones del piso superior. Era la habitación de la chica. Tan solo unos pocos minutos antes había visto su silueta pasando frente a las ventanas. Por desgracia, se encontraba completamente vestida.

Aquella decepción elevaba mi estatus de acosador a un nivel completamente nuevo.

La chica era un problema, uno gordo, pero yo era un tío con todas sus partes funcionales, lo cual a veces me hacía ignorar cualquier clase de problema.

Que alguien se mudara a la casa de al lado, alguien de nuestra edad, era demasiado arriesgado. La chica tan solo llevaba dos días allí, pero era solo cuestión de tiempo que Dee la viera. Ya me había preguntado un par de veces si había visto a los nuevos vecinos, si sabía de quiénes se trataba. Yo me había encogido de hombros y le había dicho que probablemente fuera una pareja de ancianos que se hubieran retirado a las afueras, para tratar de mantener a raya su entusiasmo inicial, pero sabía que sería imposible contener la personalidad emocional de Dee durante demasiado tiempo.

Y hablando de la reina de los hiperactivos…

–Daemon –susurró una voz desde las sombras de mi porche delantero–. ¿Qué demonios estás haciendo ahí fuera?

¿Debatirme entre si debía quemar o no la casa la próxima vez que fueran a hacer la compra era una respuesta razonable a tener vecinos nuevos?

Sí, iba a guardarme esa parte para mí.

Con un suspiro, me giré y me dirigí hacia el porche, con la gravilla crujiendo bajo las botas. Mi hermana se inclinaba contra la barandilla, mirando la casa de al lado, con una expresión curiosa que le arrugaba el rostro mientras una brisa suave hacía flotar su pelo oscuro y largo a su alrededor.

Me costó un esfuerzo increíble caminar a velocidad normal mientras me acercaba a ella. Normalmente ni siquiera trataba de hacerlo cuando estaba en casa, ya que podía moverme a la velocidad de la luz, pero con las nuevas vecinas tenía que recuperar el hábito de parecer… bueno, humano.

–Estaba patrullando –dije, y apoyé la cadera contra la barandilla, dando la espalda a la casa como si esta no existiera.

Dee arqueó una ceja mientras levantaba la mirada hacia mí. Sus ojos, de un esmeralda brillante, el mismo color que los míos, estaban llenos de escepticismo.

–No era eso lo que parecía.

–¿De verdad?

Crucé los brazos.

–Sí. –Echó un vistazo por encima de mi hombro–. Parecía como si estuvieras de pie frente a esa casa, observándola.

–Ajá.

Sus cejas se juntaron.

–Entonces… ¿se ha mudado alguien ahí?

Dee había pasado los últimos dos días en casa de los Thompson, lo cual era una maldita bendición, incluso a pesar de que la idea de que pasara la noche en casa de otro alienígena de nuestra edad, Adam, no me hacía demasiada gracia. Pero había funcionado. No tenía ni idea de quién se había mudado a la casa de al lado y, conociéndola, una chica humana de su edad sería como descubrir a un cachorrito abandonado.

Al ver que yo no respondía, suspiró sonoramente.

–Vale. ¿Se supone que tengo que adivinarlo?

–Sí, se ha mudado alguien a la casa de al lado.

Abrió los ojos mientras se echaba hacia atrás y se reclinaba sobre la barandilla, observando la casa como si pudiera ver a través de ella. Sin embargo, aunque nuestras habilidades eran bastante increíbles, no teníamos visión de rayos X.

–Vaya, no son Luxen. Son humanos.

Evidentemente, lo habría sentido si fueran de nuestra especie.

–Sip. Son humanos.

Negó ligeramente con la cabeza.

–Pero ¿por qué? ¿Saben algo acerca de nosotros?

Recordé a la chica esforzándose por llevar las cajas al interior de la casa el otro día.

–Yo diría que no.

–Eso es muy extraño. ¿Por qué iba a dejar el Departamento de Defensa que se mudaran aquí? –preguntó, y después añadió de inmediato–: ¿A quién le importa? Espero que sean majos.

Cerré los ojos. Por supuesto que Dee no se preocuparía por ellas, ni siquiera después de lo que le pasó a Dawson. Lo único que le importaba era que fueran majos. Ni siquiera se le ocurrió, aunque fuera por un segundo, la clase de peligro que podía suponer para nosotros la proximidad a un ser humano. No, mi hermana no era así. Ella era todo unicornios vomitando arcoíris.

–¿Has visto quiénes eran? –preguntó, con la voz teñida de emoción.

–No –mentí, abriendo los ojos.

Ella frunció los labios mientras se apartaba de la barandilla, y a continuación dio una palmada y se giró hacia mí. Éramos casi de la misma altura, y pude ver un centelleo de deleite en sus ojos.

–Espero que sea un tío bueno. –Apreté la mandíbula, y ella soltó una risita–. ¡Oh! A lo mejor es una chica, en plan de mi edad. Eso sería genial. –Ay, Dios mío…–. Así el verano sería mucho mejor, sobre todo ahora que Ash está ya sabes qué –continuó.

–No. No sé qué.

Dee puso los ojos en blanco.

–No te hagas el inocente, idiota. Sabes exactamente por qué está tan mimosa como un tejoncillo últimamente. Pensaba que vosotros dos ibais a pasaros el verano entero haciendo…

–¿Cochinadas? –sugerí pícaramente.

–¡Qué asco! En serio, no lo decía por eso. –Se estremeció, y yo apenas pude esconder una sonrisa mientras me preguntaba si Ash habría admitido que lo de hacer cochinadas había sucedido, aunque no desde hacía mucho. No había pasado a menudo, pero sí alguna vez–. Ha estado quejándose por no hacer un viaje que le habías prometido para este verano. –No tenía ni idea de qué estaba hablando–. En fin, espero que quienquiera que se haya mudado sea guay. –La mente de Dee seguía girando, como un hámster en su rueda–. A lo mejor podría pasarme a…

–Ni se te ocurra terminar esa frase, Dee. No sabes quiénes son ni cómo son. Permanece alejada de ellas.

Se puso las manos en las caderas mientras entrecerraba los ojos.

–¿Cómo vamos a saber qué clase de personas son si permanecemos alejados de ellas?

–Yo lo comprobaré.

–No confío demasiado en tu juicio acerca de los humanos, Daemon.

Su mirada se volvió fulminante.

–Y yo no confío en el tuyo. Al igual que jamás confié en el de Dawson.

Dee dio un paso hacia atrás mientras tomaba aire de forma lenta y profunda. La furia se desvaneció de su expresión.

–Vale, lo entiendo. Comprendo por qué…

–No quiero hablar de eso. Esta noche no –dije, y solté un suspiro mientras levantaba la mano para pasarme los dedos por el pelo, de forma que se me quedó de punta. Necesitaba un corte–. Es tarde, y tengo que hacer otra ronda antes de irme a dormir.

–¿Otra ronda? –Su voz se redujo a un susurro–. ¿Crees que… hay algún Arum cerca?

Negué con la cabeza para que no se preocupara, pero lo cierto era que siempre estaban cerca, y eran nuestros únicos depredadores naturales; nuestros enemigos desde la época en la que nuestro auténtico planeta existía. Como nosotros, ellos no eran de la Tierra. En muchos sentidos eran completamente opuestos a nosotros en habilidades y apariencia, pero nosotros no matábamos como ellos lo hacían. Oh, no. Ellos accedían a la Fuente al alimentarse de los Luxen que mataban. Eran como parásitos tomando esteroides.

Los ancianos solían decirnos que, cuando se formó el universo, este estaba lleno de la luz más pura, lo cual volvió envidiosos a aquellos que vivían en las sombras, los Arum. Se pusieron celosos y decidieron sofocar toda la luz. Así fue como comenzó la guerra entre nuestros dos planetas.

Y nuestros padres murieron en esa guerra, cuando nuestro hogar fue destruido.

Los Arum nos habían seguido hasta aquí, utilizando los fenómenos atmosféricos para viajar hasta la Tierra sin que los detectáramos. Cuando caía algún meteorito o había alguna lluvia de estrellas, me ponía de los nervios. Los Arum normalmente aprovechaban esa clase de acontecimientos.

Luchar contra ellos no era fácil. Podíamos derrotarlos directamente con la Fuente, o bien con obsidiana. Afilada en forma de cuchillo era mortal para los Arum, especialmente después de que se alimentaran, porque fracturaba la luz. Conseguirla tampoco era tarea fácil, pero yo siempre intentaba llevar un trozo encima, normalmente sujeto al tobillo. Dee también lo hacía.

Nunca se sabe cuándo puedes necesitarla.

–Tan solo quiero tener cuidado –dije al fin.

–Tú siempre tienes cuidado. –Le dirigí una tensa sonrisa. Ella dudó, y después se acercó a mí. Se puso de puntillas y se estiró para darme un beso en la mejilla–. Puede que seas un imbécil exigente, pero te quiero. Tan solo quería que lo supieras.

Con una carcajada, le rodeé los hombros con un brazo y le di un breve abrazo.

–Puede que seas una cotorra insoportable, pero yo también te quiero.

Me dio un golpe en el brazo mientras retrocedía, sonriendo otra vez.

–No te quedes hasta muy tarde.

Asentí con la cabeza y la observé mientras entraba con rapidez en la casa. Dee rara vez hacía nada con lentitud. Siempre había sido la de la energía infinita. Dawson había sido el despreocupado. Y yo era… –me reí entre dientes– el imbécil.

Habíamos sido trillizos.

Ahora tan solo éramos mellizos.

Pasaron unos momentos mientras miraba el punto donde había estado mi hermana. Era una de las pocas cosas que quedaban en este planeta que realmente me importaban. Dirigí la atención de nuevo hacia la casa. No tenía sentido siquiera que tratara de engañarme. En cuanto Dee se diera cuenta de que la vecina era una chica, iba a pegarse a ella como una lapa… una lapa muy pesada. Y nadie podía resistirse a mi hermana. Era una maldita bola de luz blandita e hiperactiva.

Vivíamos entre los humanos, pero no nos acercábamos a ellos por un montón de razones. Y no pensaba permitir que Dee cometiera el mismo error que había cometido Dawson. Le había fallado a él, pero no dejaría que le pasara lo mismo a Dee. Haría cualquier cosa con tal de mantenerla sana y salva. Cualquier cosa.

CAPÍTULO 2

Apreté la frente contra el cristal y maldije entre dientes, principalmente porque estaba mirando por la ventana… en dirección a esa casa. Esperando. Estaba esperando. Había mejores cosas que hacer que aquello. Como darme de cabezazos contra el cemento. O escuchar a Dee describiendo con doloroso detalle cada atributo intrincado y perturbadoramente personal de cada uno de los chicos de ese grupo que adoraba.

Me obligué a apartarme de la ventana, bostezando mientras me frotaba la mandíbula con la palma de la mano. Ya habían pasado casi tres malditos días, y una parte de mí todavía no era capaz de creer que se hubiera mudado gente a la casa de al lado. «Podría ser peor», decidí en ese momento. Nuestro nuevo vecino podría haber sido un tío. De ser así, tendría que encerrar a Dee con llave en su habitación.

O al menos podría haber sido una chica que pareciera un tío. Aquello habría sido de ayuda, pero no, no parecía un tío en absoluto. Me recordé que era corriente, pero desde luego no era un tío.

Encendí el televisor con un gesto de la mano y pasé los canales hasta que encontré una reposición de Ghost Investigators. Ya había visto aquel episodio anteriormente, pero siempre era divertido ver a los humanos salir corriendo de sus casas porque pensaban haber divisado que algo brillaba. Me apoltroné en el sofá con las piernas sobre la mesita de centro y traté de olvidarme de aquella chica, con unas piernas morenas nada corrientes y un culo de infarto.

La había visto un total de dos veces hasta el momento.

La primera fue evidentemente el día que se había mudado, cuando hice la gilipollez de ayudarla desde lejos. Quería pegarme un puñetazo en los huevos por eso. Sí, ella no sabía que yo había aligerado el peso de las cajas para que no se cayera, pero no debería haberlo hecho. Debería haber sido más sensato.

Volví a verla ayer. Había salido corriendo hacia un sedán, y sacó de su interior una pila de libros. Su rostro se iluminó con una enorme sonrisa, como si la torre de libros que se inclinaba fuera en realidad un millón de dólares.

Era todo muy… No. No era mona. ¿Qué demonios estaba pensando? No era mona en absoluto.

Dios, hacía demasiado calor dentro de la casa. Me incliné hacia delante, me agarré la camiseta por la parte de atrás y me la quité. La tiré a un lado y me froté el pecho perezosamente. Había estado caminando por ahí sin camiseta más que nunca desde que se había mudado aquella chica.

Espera. La había visto tres veces, contando cuando la vi anoche a través de la ventana.

Maldita sea, tenía que salir de casa y hacer algo. Preferiblemente algo que implicara sudar un montón.

Antes de que pudiera darme cuenta, crucé la habitación y acabé justo enfrente de la ventana. Otra vez. No quería analizar por qué con demasiada atención.

Aparté la cortina, frunciendo el ceño. Ni siquiera había hablado con la chica y me sentía como un acosador mirando por la ventana, esperando una vez más… ¿esperando qué? ¿Poder echarle un vistazo? ¿O prepararme mejor para el inevitable encuentro?

Si Dee me viera en esos momentos, se tiraría al suelo riéndose.

Y si fuera Ash quien me viera, me sacaría los ojos con las uñas y lanzaría a mi nueva vecina al espacio exterior de un golpe. Ash y sus hermanos habían llegado de Lux más o menos a la vez que nosotros, y es como si la relación hubiera… surgido sola… Más por la proximidad que por lo que podía decir honestamente que fuera una emoción real. Hacía meses que no salíamos, pero sabía que ella todavía esperaba que acabáramos juntos en algún momento. No porque realmente quisiera estar conmigo, sino porque era lo que se esperaba de nosotros… así que, por supuesto, lo más probable era que no quisiera que estuviera con nadie más. En cualquier caso, ella me importaba mucho, y no era capaz de recordar un tiempo sin ella y sus hermanos en mi vida.

Capté un movimiento por el rabillo del ojo. Me giré ligeramente y vi que la puerta mosquitera del amplio porche de la casa de al lado se cerraba. Mierda.

A continuación, la vi bajando del porche apresuradamente.

Me pregunté adónde se dirigiría. No había muchas cosas que hacer por la zona, y además no conocía a nadie. No había habido nada de tráfico en la casa de al lado, a excepción de su madre entrando y saliendo a horas extrañas.

La chica se detuvo enfrente del coche y se alisó los pantalones cortos con las manos. Las comisuras de los labios se me curvaron hacia arriba.

Y de repente giró hacia la izquierda, y yo me enderecé. Apreté el puño con el que agarraba la cortina, y el aire se me quedó atascado en algún lugar del pecho. No, no iba a venir hasta aquí. No tenía razones para hacerlo. Dee ni siquiera se había dado cuenta de que había una chica en la casa de al lado. No había razones…

Joder, sí que estaba viniendo hacia aquí.

Solté la cortina, me aparté de la ventana y me dirigí hacia la puerta principal. Cerré los ojos, conté los segundos y me recordé la valiosa lección que había aprendido con el sacrificio de Dawson. Los humanos eran peligrosos para nosotros. Simplemente estar cerca de ellos era un riesgo; y acercarse demasiado a un humano terminaba inevitablemente con uno de nosotros dejando un rastro de la Fuente sobre ellos. Y dado que Dee estaba obsesionada con hacerse amiga de cualquier cosa que respirara, sería especialmente peligroso para esa chica. Vivía justo en la casa de al lado, y yo no tendría forma de controlar el tiempo que Dee pasara con ella.

Y después estaba también el hecho de que había estado, pues bueno, observándola. Aquello sí que podría ser un problema. Apreté los puños a los costados.

Mi hermana no sufriría el mismo destino que Dawson. No tendría forma de soportar su pérdida, y además había sido una chica humana quien me había hecho perderlo a él, quien había conducido a un Arum directamente hacia él. Había pasado con nuestra especie una y otra vez. No era necesariamente culpa de los humanos, pero el resultado final siempre era el mismo. Me negaba a permitir que nadie pusiera a Dee en peligro, sin importar que lo supiera o no. Eso daba igual. Estiré la mano y lancé la mesita de centro a través de la habitación, pero me contuve y la hice detenerse justo antes de que se estrellara en la pared. Respiré hondo y volví a ponerla sobre sus cuatro patas.

Un golpe suave y casi dudoso resonó en nuestra puerta principal. Mierda.

Solté aire bruscamente. «Ignóralo.» Eso era lo que debería hacer, pero me moví en dirección a la puerta y la abrí antes de darme cuenta siquiera. Una ráfaga de aire cálido me azotó la piel, transportando un suave aroma a melocotones y vainilla.

Dios, cómo me gustaban los melocotones, tan dulces y húmedos.

Bajé la mirada. Era bajita; más bajita de lo que me había parecido. La parte superior de su cabeza tan solo me llegaba al pecho. Quizá fuera eso por lo que estaba mirándolo. O tal vez fuera por el hecho de que yo no había tenido el buen juicio de ponerme la camiseta.

Sabía que le gustaba lo que veía. A todo el mundo le gustaba. Ash me había dicho una vez que era la combinación de pelo negro ondulado, ojos verdes, mandíbula fuerte y labios gruesos. Decía que era sexy. Estaba bueno. Puede que sonara arrogante, pero era la verdad.

Ya que me estaba comiendo con la mirada tan descaradamente, supuse que yo podía hacer lo mismo. ¿Por qué no? Era ella quien había acudido a llamar a mi puerta.

La chica… no era mona. Su pelo largo, que realmente no era ni rubio ni castaño, ya no estaba recogido en el moño desordenado, y colgaba por encima de sus hombros. Era bajita de narices, apenas algo más de un metro sesenta y cinco. Sin embargo, sus piernas parecían extenderse eternamente. Me costó un gran esfuerzo apartar los ojos de ellas.

Finalmente mi mirada cayó en la parte delantera de su camiseta. «MI BLOG ES MEJOR QUE TU VLOG.» ¿Qué demonios significaba eso? ¿Y por qué lo llevaba escrito en la camiseta? Las palabras «BLOG» y «MEJOR» estaban tensas y tirantes. Tragué saliva. Aquello no era una buena señal.

Levanté la mirada con más esfuerzo todavía.

Su cara era redondeada, con la nariz respingona y la piel lisa. Apostaría un millón de dólares a que sus ojos eran castaños; unos grandes ojos de cervatillo.

Parecía una locura, pero podía sentir sus ojos mientras su mirada seguía con el lento escrutinio desde el lugar donde mis vaqueros colgaban de mis caderas hasta regresar a mi cara. Tomó aire bruscamente, lo cual hizo sombra a mi propia inhalación.

Sus ojos no eran castaños, pero eran grandes y redondos, de un tono pálido de brezo gris; unos ojos claros e inteligentes. Eran bonitos. Incluso yo era capaz de admitirlo.

Y aquello me cabreaba. Todo aquello me cabreaba. ¿Por qué estaba mirándola tanto? ¿Por qué estaba allí siquiera? Fruncí el ceño.

–¿Necesitas algo?

No hubo respuesta. Siguió mirándome con esa expresión en el rostro, como si quisiera que besara sus labios carnosos y fruncidos. Una sensación de calor aleteó en la boca de mi estómago.

–¿Hola? –Podía notar el matiz de mi voz: furia, deseo, enfado, más deseo. «Los humanos son débiles, un riesgo… Dawson está muerto por culpa de una humana; una humana como esta.» No dejaba de repetir esas palabras una y otra vez. Situé la mano sobre el marco de la puerta, clavando los dedos en la madera mientras me inclinaba hacia delante–. ¿Se te ha comido la lengua el gato?

Aquello atrajo su atención, y la sacó de golpe de su lujurioso escrutinio. Sus mejillas se tiñeron de un bonito tono rosado mientras daba un paso hacia atrás. Genial. Se estaba marchando. Eso era lo que quería; que se diera la vuelta y se largara. Me pasé una mano por el pelo, miré por encima de su hombro y después otra vez a ella. Seguía plantada en el mismo sitio.

La chica tenía que sacar su bonito culo de mi porche antes de que hiciera alguna estupidez. Como sonreír ante la forma que tenía de ruborizarse. Hasta resultaba sexy. Y desde luego no era nada corriente.

–Te lo voy a preguntar…

El rubor se intensificó. Joder.

–Me… me preguntaba si sabrías dónde está el colmado más cercano. Me llamo Katy. –Katy. Se llamaba Katy. Me recordaba a Kitty, que parecía nombre de gato. De gatita. Qué bien se me daba encadenar palabras–. Me he mudado a la casa de al lado –señaló la casa con el dedo– hace un par de días…

–Ya lo sé.

«Llevo casi tres días observándote como un acosador.»

–Bueno, es que me preguntaba si alguien sabría decirme por dónde se llega antes a algún colmado y quizá a algún sitio que venda plantas.

–¿Plantas?

Entrecerró ligeramente los ojos, y me obligué a permanecer inexpresivo. Ella siguió jugueteando con el dobladillo de sus pantalones.

–Sí, es que tengo un parterre delante de…

Arqueé una ceja.

–Ya.

Ahora sus ojos eran unas estrechas rendijas, y la irritación que emanaba de ella intensificaba el rubor. Me hizo gracia en lo más profundo de mí. Sabía que estaba comportándome como un gilipollas, pero estaba disfrutando perversamente de la rabia que se encendía poco a poco tras sus ojos, que era como un cebo. Y… ese rubor de furia era sexy de una forma extraña, y estaba seguro de que alguna cosa no iba bien en mi cabeza. Me recordaba a algo…

Volvió a probar.

–Bueno, verás, tengo que comprar plantas…

–Para el parterre; ya lo he pillado.

Apoyé la cadera contra el marco de la puerta y crucé los brazos. La verdad es que aquello era casi divertido. Katy respiró hondo.

–Me gustaría saber dónde puedo encontrar comida y plantas.

Su tono era el que yo utilizaba con Dee unas mil veces al día. Adorable.

–¿Sabes que en este pueblo no hay más que un semáforo y gracias, verdad?

Y ahí estaba. La chispa de sus ojos era ahora un fuego llameante, y yo estaba tratando de contener una ancha sonrisa. Joder, ya no solo era mona. Era más, mucho más, y el estómago me dio un vuelco.

Me miró fijamente, incrédula.

–Bueno, solo quería saber por dónde tenía que tirar. Veo que no he venido en el mejor momento.

Pensé en Dawson, y mis labios se curvaron en una mueca desdeñosa. Se había acabado la hora de jugar. Tenía que terminar con aquello de una vez por todas, por el bien de Dee.

–Nunca será un buen momento para que vengas a llamar a mi puerta, niña.

–¿Niña? –repitió, abriendo mucho los ojos–. No soy ninguna niña, tengo diecisiete años.

–¿Ah, sí? –Joder, como si no me hubiera dado cuenta ya de lo mayor que era. No había nada en ella que me recordara a una niña, pero maldita sea, como diría Dee, mis habilidades sociales eran una pena–. Pues parece que tengas doce. Bueno, no; trece. Mi hermana tiene una muñeca que me recuerda a ti, con los ojos grandes y la expresión vacía.

Se quedó boquiabierta, y me di cuenta de que quizá había ido demasiado lejos con esa última frase. Bueno, era lo mejor. Si me odiaba, permanecería alejada de Dee. Funcionaba con la mayoría de las chicas. Sí, con la mayoría.

Vale. En realidad no funcionaba con muchas chicas, pero ellas no vivían en la casa de al lado, así que qué demonios importaba.

–Oye, vale; perdona por molestarte. No te preocupes: no volveré a llamar a la puerta de tu casa, créeme.

Comenzó a darse la vuelta, pero no con la rapidez suficiente como para que no viera el repentino resplandor en esos ojos grises.

Joder. Ahora me sentía como el mayor imbécil del mundo. Y Dee fliparía si me viera actuar de este modo. Encadenando algo así como una docena de improperios en mi mente, la llamé:

–Eh.

Ella se detuvo en el escalón inferior, pero no dejó de darme la espalda.

–¿Qué?

–Ve a la carretera 2 y gira cuando llegues a la 220 en dirección norte; te llevará a Petersburgo. –Solté un suspiro, deseando no haber abierto la puerta–. Foodland está justo en el centro; lo verás seguro. Bueno, quizá a ti te cueste encontrarlo. Creo que está al lado de una ferretería. Allí encontrarás cosas para tus plantas.

–Gracias –musitó, y después añadió entre dientes–: tarado.

¿Acababa de llamarme «tarado»? ¿En qué década estábamos? Me reí, pues aquello me hacía mucha gracia.

–Eso no es propio de una señorita, gatita.

Se dio la vuelta con rapidez.

–Nunca vuelvas a llamarme así.

Vaya, parecía que le había dado en algún punto débil. Me aparté de la puerta.

–Es mejor que llamarle «tarado» a alguien, ¿no? Qué visita tan estimulante. La recordaré mucho tiempo.

Sus pequeñas manos se cerraron en puños, y me pareció que quería golpearme. Me pareció que tal vez me gustara. Y me pareció que necesitaba ayuda urgentemente.

–¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Mira que llamarte tarado… Esa es una palabra que no te define bien. –Me dirigió una dulce sonrisa–. «Gilipollas» te pega más.

–Conque «gilipollas», ¿eh? –Sería demasiado fácil cogerle cariño a esa chica–. Eres un encanto. –Me enseñó el dedo corazón, y yo volví a reírme, agachando la cabeza–. Qué fina eres, gatita. Seguro que tienes una buena selección de gestos y de apodos interesantes que dedicarme, pero no me interesan.

Y desde luego sí que parecía que los tuviera. Una parte de mí se sentía un tanto decepcionada cuando se giró y se marchó dando pisotones. Esperé hasta que abrió la puerta de su coche, y como soy un verdadero imbécil…

–¡Hasta luego, gatita! –dije, y me reí cuando ella puso cara de querer volver corriendo hasta mi puerta para darme una patada giratoria.

Cerré la puerta con fuerza detrás de mí, me recliné contra ella y volví a reírme, pero la risa terminó en un gruñido. Había habido un momento en el que había visto lo que centelleaba detrás de la incredulidad y la furia en esos conmovedores ojos grises. Dolor. Saber que había herido sus sentimientos hizo que se me llenara el estómago de ácido.

Lo cual era una estupidez, porque la noche anterior había ideado un plan de mudanza que tenía que ver con un incendio provocado y entonces no me había sentido culpable. Pero eso había sido antes de verla de cerca y tener trato personal con ella. Antes de haber hablado con ella realmente. Antes de darme cuenta de que sus ojos eran inteligentes y hermosos.

Regresé al salón, y no me sorprendió encontrar a mi hermana de pie en frente del televisor, con los esbeltos brazos cruzados y los ojos verdes ardientes. Tenía exactamente la misma expresión de la chica; como si quisiera darme una patada en los huevos.

Di un amplio rodeo mientras me dirigía hacia el sofá y me dejé caer sobre él, sintiéndome una docena de años mayor que los dieciocho que tenía.

–Estás tapando la pantalla.

–¿Por qué? –quiso saber ella.

–Es un episodio cojonudo. –Sabía que no era eso de lo que estaba hablando–. Es en el que un tío piensa que está poseído por una persona sombra o algo…

–¡Me importan una mierda las personas sombra, Daemon! –Levantó su pequeño pie y golpeó el suelo con él con la fuerza suficiente como para hacer que repiqueteara la mesita de centro. Dee llevaba los pataleos a un nivel completamente nuevo–. ¿Por qué has actuado de ese modo?

Me recliné hacia atrás y decidí hacerme el tonto.

–No sé de qué estás hablando.

Entrecerró los ojos, pero no lo bastante rápido como para no percibir que sus pupilas brillaban con un blanco diamantino.

–No tenías razones para hablarle así. Ninguna en absoluto. Ha venido aquí para pedir indicaciones y tú has actuado como un imbécil.

Los ojos grises de Katy, demasiado brillantes, destellaron en mi mente. Aparté la imagen.

–Yo siempre soy un imbécil.

–Vale. Esa parte es más o menos cierta. –Frunció el ceño–. Pero normalmente no te portas así de mal.

Volvió a revolvérseme el estómago.

–¿Cuánto has oído?

–Todo –respondió, y volvió a dar un pisotón. La tele tembló–. Yo no tengo ninguna muñeca con los ojos vacíos. No tengo ninguna muñeca, gilipollas.

Se me curvaron los labios a pesar de todo, pero la diversión enseguida se desvaneció cuando el recuerdo de aquellos malditos ojos grises volvió a emerger.

–Así es como tienen que ser las cosas, Dee. Ya lo sabes.

–No, no lo sé. Yo no lo sé, y tú tampoco.

–Dee…

–Pero ¿sabes lo que sí sé? –me interrumpió–. Parecía una chica normal que venía aquí solo para hacer una pregunta. Parecía normal, Daemon, y tú te has portado fatal con ella. –La verdad es que no necesitaba que me recordara lo cabrón que había sido–. No tenías razones para actuar de ese modo.

¿Que no tenía razones? ¿Es que se había vuelto loca? Moviéndome a la velocidad del rayo, me levanté del sofá y me detuve justo delante de Dee, pasando junto a la mesita de centro en menos de un segundo.

–¿Hace falta que te recuerde lo que le ocurrió a Dawson?

Mi hermana no se amedrentó. Levantó la barbilla tozudamente, y sus ojos emitieron un resplandor blanco.

–No. Lo recuerdo todo con mucha claridad, gracias.

–Pues si ese fuera el caso, no estaríamos teniendo esta estúpida conversación. Comprenderías por qué esa humana tiene que permanecer alejada de nosotros.

–No es más que una chica –dijo echando humo, y levantó los brazos–. Eso es todo. Tan solo es…

–Una chica que vive en la casa de al lado. No es una tía cualquiera del instituto. Vive justo ahí. –Señalé por la ventana para dar más efecto–. Y eso es cerca de narices de nosotros, y cerca de narices de la colonia. Ya sabes lo que pasará si tratas de hacerte amiga de ella.

Dio un paso hacia atrás y negó con la cabeza.

–Ni siquiera la conoces, y no puedes saber el futuro. ¿Y por qué piensas que nos haremos amigas?

Levanté ambas cejas.

–¿En serio? ¿No vas a tratar de ser su mejor amiguita en cuanto salgas por esta puerta? –Apretó los labios–. Ni siquiera has hablado con ella todavía, pero sé que probablemente estarás preguntándote si Amazon vende pulseras de la amistad.

–Amazon vende de todo –murmuró–. Así que seguro que sí.

Puse los ojos en blanco, harto de aquella conversación; harto ya también de la vecina más molesta del mundo.

–Tienes que permanecer alejada de ella –la advertí, dando media vuelta y volviendo al sofá.

Mi hermana seguía allí plantada cuando me senté.

–Yo no soy Dawson. ¿Cuándo vas a darte cuenta?

–Eso ya lo sé. –Y como era un verdadero gilipollas, le di donde dolía–. Eres un riesgo mayor de lo que era él.

Ella tomó aliento bruscamente, se puso rígida y bajó los brazos.

–Eso… eso ha sido un golpe bajo. –Lo era. Me pasé la mano por la cara mientras bajaba la barbilla. La verdad es que lo era. Dee suspiró mientras negaba con la cabeza–. A veces eres un verdadero gilipollas.

No levanté la cabeza.

–No creo que eso sea ninguna noticia.

Ella se giró y fue a zancadas hacia la cocina. Unos pocos segundos después regresó con el bolso y las llaves del coche. No habló mientras pasaba a mi lado.

–¿Adónde vas? –pregunté.

–A hacer la compra.

–Por Dios santo –murmuré, preguntándome cuántas leyes humanas rompería si encerraba a mi hermana en el armario.

–Necesitamos comida. Te la has zampado toda.

Y salió por la puerta.

Recliné la cabeza contra el sofá y solté un gruñido. Estaba bien saber que todo lo que le había dicho le había entrado por un oído y salido por el otro. Ni siquiera sabía por qué me molestaba. No había forma de detener a Dee. Cerré los ojos.

De inmediato reviví la conversación con la vecina nueva, y sí, realmente me había comportado como un gilipollas con ella.

Pero lo hacía por el bien de todos. De verdad. Puede que me odiara… Tenía que odiarme. Así, con suerte, se alejaría de nosotros. Y eso era todo. No podía ser de otra forma, porque aquella chica iba a traernos problemas. Era un problema que había llegado a nuestra puerta en un paquete pequeño, con un maldito lazo y todo.

Y lo peor de todo es que era del tipo de problemas que me gustaban.