Cubierta

Mindfulness digital

Cómo aportar equilibrio
a nuestras vidas digitales

David M. Levy

Traducción de Pablo Hermida

Plataforma Editorial

Índice

  1.  
    1. Prefacio. Viviendo rápido y lento
    2. Agradecimientos
  2.  
    1. MINDFULNESS DIGITAL
    2. 1. Cayendo en la fuente
    3. 2. Observando nuestra vida en línea
    4. 3. La atención, las emociones y el cuerpo
    5. 4. Ejercicio 1. Observando el correo electrónico (o Facebook o la mensajería de texto…)
    6. 5. Ejercicio 2. Correo electrónico focalizado (o Facebook o mensajería de texto…)
    7. 6. Ejercicio 3. Observando la multitarea
    8. 7. Ejercicio 4. Multitarea focalizada
    9. 8. Ejercicio 5. Desconexión consciente
    10. 9. Perfeccionando nuestra destreza digital
    11. 10. Ampliando y profundizando en la conversación
  3.  
    1. Apéndice A. Dos prácticas de entrenamiento de la atención
    2. Apéndice B. Plantilla para registrar tus observaciones
    3. Apéndice C. Pedagogía contemplativa
    4. Apéndice D. El uso consciente de la tecnología
    5. Apéndice E. Dependencia y adicción digital
  4.  
    1. Notas
    2. Bibliografía

Para mis profesores
y mis alumnos

De mis alumnos sobre todo he aprendido

Pirkei Avot

Prefacio Viviendo rápido y lento

Llevo décadas explorando maneras de vivir una vida rica y significativa, participando tanto en el Mundo Rápido como en el Mundo Lento: en el trepidante mundo de abrumadora información y cien mil ocupaciones que se ha convertido en norma para muchos de nosotros, y en el mundo más pausado y sosegado que a veces rozamos en momentos de silenciosa contemplación.

Soy informático de formación y llevo medio siglo intensamente dedicado al mundo digital y a la industria tecnológica. Primero aprendí a programar un ordenador en mi adolescencia, a mediados de la década de 1960, y trabajé considerablemente en informática en la facultad. Realicé luego un doctorado en informática e inteligencia artificial en la Universidad de Stanford y trabajé durante años como investigador en el famoso Centro de Investigación Xerox de Palo Alto (PARC), el laboratorio de ideas de Silicon Valley donde se inventó el ordenador personal conectado en red. En 2000 me trasladé de Silicon Valley a Seattle, de una meca tecnológica a otra, para ocupar mi actual puesto en la Escuela de Información de la Universidad de Washington, donde investigo e imparto docencia sobre los desarrollos digitales actuales.

Como pone de manifiesto esta breve descripción, conozco muy bien la vertiginosa vida del mundo de la alta tecnología. En muchos sentidos he crecido en este ambiente. Me ha permitido explorar fascinantes cuestiones intelectuales y técnicas, amén de brindarme una vida digna. Sin embargo, al mismo tiempo me he visto continuamente expuesto a los desafíos que entraña vivir una vida acelerada: el estrés, la sensación de sobrecarga, el zozobroso sentimiento de aceleración infinita y la incesante búsqueda de mejores estrategias de afrontamiento.

En paralelo a esta trepidante vida de la alta tecnología, y como una suerte de antídoto, comencé a explorar formas de vida más lentas, más tranquilas y más contemplativas. En la escuela de posgrado, cuando contaba veintipocos años, empecé a sentir la necesidad de tranquilidad. En varias ocasiones, un amigo me llevó a zendos (centros de meditación zen) en el Área de la Bahía, donde me sentaba con las piernas cruzadas e intentaba prestar atención a mi respiración. Lo odiaba. Pero tan solo unos años después, estando todavía en la escuela de posgrado, empecé a estudiar caligrafía occidental, el antiguo arte de la escritura con pluma ancha, y esta práctica respondía a mi necesidad de hacer algo más tranquilo, más dirigido al cuerpo y menos estrechamente intelectual. Concluido mi doctorado, pasé dos años en Londres estudiando caligrafía a tiempo completo.

La caligrafía supuso para mí una importante práctica puente. Mientras que mi anterior exposición a la meditación zen no había logrado implicarme, mi experiencia con la caligrafía fue completamente diferente. Aunque no se describía explícitamente de esta manera, el esfuerzo implicado en unir con habilidad la pluma, la tinta y el papel requería una considerable atención a la interacción momento a momento entre el cuerpo, los materiales y las formas emergentes. En Londres descubrí que podía pasar largas horas sentado en mi mesa de dibujo de mi buhardilla, pluma en mano, y el tiempo parecía esfumarse mientras me perdía en la actividad. Si sonaba el teléfono (lo que rara vez acontecía en aquellos días) al final de un fin de semana entregado a esa tarea, a veces descubría que me costaba hablar; claramente estaba actuando otra parte de mi cuerpo. Tras el estrés de la escuela de posgrado, necesitaba estas prácticas del Mundo Lento para recuperar algún indicio de equilibrio, o acaso para empezar a encontrarlo por primera vez en mi vida. A mi regreso a Silicon Valley después de los dos años en Londres, estaba preparado para una práctica de meditación y busqué a gente capaz de ayudarme. El Área de la Bahía era un estupendo lugar para conseguir ayuda, y encontré una práctica que me ha sustentado durante todos estos años y que continúa guiándome.

Por aquel entonces carecía del vocabulario para describir estas actividades y experiencias. Pero, reflexionando ahora sobre ellas, más de treinta años después, veo que la caligrafía fue mi primera práctica contemplativa, que me entrenó para concentrarme más profundamente y para coordinar mejor mi mente, normalmente errante, y mi cuerpo. Aunque en Occidente solemos pensar que este carácter meditativo es propio de la caligrafía asiática, también es claramente accesible en la caligrafía occidental. Y me atrevería a sugerir que cualquier actividad realizada con concentración, incluso el correo electrónico o Facebook, puede reportarnos un mayor equilibrio, tranquilidad y claridad.

Rapidez y lentitud, alta tecnología y contemplación: a partir de estos dos hilos he tejido una vida. Acaso era inevitable que empezara a preguntarme cómo se relacionan entre sí estos dos modos de ser. ¿Se trata de mundos distintos que es necesario mantener completamente separados? ¿Son antagónicos y, por ende, incompatibles? ¿Pueden entablar un diálogo? Eran preguntas personales (¿cómo puedo incorporar a mi vida ambas dimensiones?), pero también sociales (¿qué podemos hacer con estos dos poderosos impulsos?).

Tomo prestados los términos Mundo Rápido y Mundo Lento del columnista del New York Times Thomas Friedman. En su libro de 1999 sobre la globalización, Tradición versus innovación, Friedman sugería que en la actualidad «ya no existen el Primer Mundo, el Segundo Mundo o el Tercer Mundo. Hoy solo existen el Mundo Rápido, el mundo de la llanura abierta, y el Mundo Lento, el mundo de aquellos que se quedan por el camino o deciden vivir lejos de la planicie, en algún valle propio artificialmente aislado, pues el Mundo Rápido se les antoja demasiado veloz, demasiado espeluznante, demasiado homogeneizador o demasiado exigente».1

No me resulta cómoda la manera en que Friedman describe estos dos mundos. En esta cita, despacha y aparentemente desdeña a quienes quieren vivir una vida más lenta. No obstante, muchos de nosotros anhelamos un ritmo más lento, al menos algunas veces, no solo por su lentitud, sino porque parece ofrecer ciertas cualidades de ser que son difíciles de hallar en nuestras presurosas y sobrecargadas vidas. ¿Menospreciaremos estas actitudes, o a quienes intentan adoptarlas, porque parecen la antítesis del progreso, al menos tal como lo concibe nuestro actual sistema económico? ¿De quién es esta idea del progreso? Tampoco me resulta cómoda la división del mundo que establece Friedman en dos categorías bien definidas, asumiendo que hemos de optar por una de ellas. ¿Acaso no podemos encontrar maneras de integrar mejor en nuestras vidas las prácticas y los ritmos rápidos y lentos?

Empecé a abordar por escrito estas cuestiones hace veinte años. En un artículo titulado «I’m Not Here Right Now to Take Your Call: Technology and the Politics of Absence» [En este momento no puedo atender su llamada: la tecnología y la política de la ausencia], que escribí para un pequeño taller de informáticos y científicos sociales, contrapuse las prácticas contemplativas del Mundo Lento que estaba cultivando a mi vida en el Mundo Rápido de la alta tecnología. En dicho artículo apuntaba que era como si el veloz ritmo y la densidad de mi vida profesional hubieran sido diseñados para interferir con las dimensiones del Mundo Lento de mi vida. Y me preguntaba si las nuevas tecnologías de la información, que se vendían como herramientas para la conexión, podían estar ejerciendo asimismo el efecto contrario: desconectarnos de los demás y de nosotros mismos.

A partir de esta primera investigación de 1995, continué formulando preguntas: ¿era cierto que las tecnologías digitales servían como herramientas tanto de presencia y conexión como de ausencia y desconexión? ¿Cuán serio era el lado problemático de su empleo? ¿Y se agravaría? ¿Por qué estaba sucediendo y qué cabía hacer al respecto? ¿Y podía una concepción más contemplativa de la vida humana (preocupada por el cultivo de formas de vida más tranquilas, más atentas y más plenamente encarnadas) arrojar luz sobre estos cambios tecnológicos, y contribuir quizás a dirigirlos de maneras más saludables y eficaces?

Así pues, cuando me mudé a Seattle en 2000 para ocupar un puesto en la Escuela de Información de la Universidad de Washington, esta era la clase de cuestiones que quería explorar. En aquellos primeros años, reuní a expertos de diversas disciplinas para discutirlas. Organicé talleres y conferencias con títulos tales como «Información, silencio y santuario», «Trabajo y tecnología con atención plena» y «Sin tiempo para pensar». Investigué las condiciones históricas y filosóficas que parecían estar acelerando nuestra cultura e interfiriendo en nuestro «equilibrio contemplativo». Y, mediada la década, en 2006, tuve la oportunidad de crear un curso singular que me permitía explorar estas cuestiones y preocupaciones en el aula.

El libro que tienes delante es el fruto de todos estos esfuerzos. Procede directamente del curso que creé en 2006, con el apoyo de una beca de investigación, concedida conjuntamente por el Centro para la Mente Contemplativa en la Sociedad y el Consejo Estadounidense de Sociedades Científicas. El objetivo del curso, titulado «Información y contemplación», era explorar desde una perspectiva contemplativa retos tales como el exceso de información y la fragmentación de la atención. ¿Podríamos comprender mejor las causas de dichos problemas, así como sus posibles soluciones, si los explorásemos a través de una lente contemplativa? En el curso, inicié a los estudiantes en varias prácticas contemplativas, que incluían respirar y caminar con atención plena, y las ejercitamos juntos en clase. Desarrollé también una serie de ejercicios que pedían a los estudiantes que fueran más conscientes de su empleo de las tecnologías digitales, que documentasen lo que observaban, que reflexionasen sobre lo que habían documentado y que comentasen sus reflexiones con sus compañeros y conmigo mismo.2

La respuesta estudiantil a la primera oferta del curso fue muy positiva. Entonces me dirigí a la decana de la Universidad de Washington para proponerle impartir una versión del curso, informal y sin créditos, para bibliotecarios. Ella accedió amablemente y, en los doce primeros meses, impartí el curso tres veces, una para el alumnado y dos para el personal de la mencionada universidad. El siguiente paso fue empezar a experimentar con cursos más breves para profesionales adultos de varias universidades del país. En la actualidad continúo impartiendo el curso en diversos formatos (recientemente he empezado a experimentar con la formación en línea), sin dejar de retocarlo, perfeccionarlo y ampliar los tipos y el número de ejercicios.

Han sido muchos los cambios desde que comencé a explorar el modo de integrar la prácticas del Mundo Rápido y el Mundo Lento. Para empezar, el Mundo Rápido se ha vuelto aún más veloz. Mis preocupaciones de 1995 (sobre la cantidad de correos electrónicos que recibía por entonces, o sobre los contestadores automáticos y las llamadas en espera) parecen insignificantes, incluso irrisorias, a la vista de la actual explosión de información y el estilo de vida «en conexión permanente». Y, durante mucho tiempo, parecía inaceptable plantear preocupaciones relativas al rumbo que llevábamos. Por fortuna, siento que esto está cambiando, pues cada vez somos más los que advertimos que lograr un equilibrio saludable (entender cómo utilizar nuestros dispositivos y nuestras aplicaciones del modo más efectivo, pero también cuándo abstenernos de usarlos) nos exige formular preguntas penetrantes y a veces críticas.

Al mismo tiempo que se ha vuelto más aceptable explorar tanto las ventajas como los inconvenientes de nuestras vidas alimentadas de tecnología, ha despegado el movimiento de la atención plena o mindfulness. Cada vez son más las personas que descubren los beneficios de entablar una relación más contemplativa o plenamente atenta con la vida y el trabajo. (En estas páginas emplearé como intercambiables los términos «contemplación» y «atención plena», si bien existen sutiles diferencias en su significado. Aprecio especialmente el modo en que «contemplativo» sugiere ser pensativo y reflexivo.) Hace diez años, podía preocuparme que la introducción de una simple meditación de respiración en los talleres y las conferencias que organizaba resultase un paso demasiado radical para los participantes. Hoy en día, estas prácticas resultan cada vez más corrientes, a medida que se introducen varias formas de meditación con atención plena en las empresas, así como en todos los niveles educativos, desde el jardín de infancia hasta la facultad y la escuela de posgrado (véanse Apéndices C y D).

A consecuencia de estos desarrollos, las preguntas concernientes a la relación entre nuestras vidas en el Mundo Rápido y el Mundo Lento se han incorporado al discurso público actual. Y, de resultas de mi extensa investigación, hoy tengo la certeza de que podemos combinar los modos rápido y lento de vivir y trabajar. Más aún, creo que necesitamos hacerlo en aras de emplear las nuevas tecnologías de maneras saludables y eficaces. La clave radica en la educación y el entrenamiento. Necesitamos crear el espacio y el tiempo para observar y reflexionar sobre nuestras formas de usar las herramientas digitales y sobre los efectos que están provocando en nosotros. Y la comprensión que surja de estas observaciones y reflexiones puede llevarnos a obrar cambios significativos. En las páginas que siguen te mostraré cómo hacerlo.

Agradecimientos

Este libro es el fruto de muchos años de conversaciones y de colaboración con muchas personas que han sido mis maestros, mis guías, mis colegas y mis compañeros de investigación. Estoy profundamente agradecido a todos ellos, así como a las instituciones que han hecho posible esta investigación.

El Centro para la Mente Contemplativa en la Sociedad ha desempeñado un papel fundamental, al concederme una beca para impartir el curso en el que se basa este libro y al estimular una vasta investigación sobre el lugar de las prácticas contemplativas en la educación superior, de la que me he beneficiado enormemente. Ha creado asimismo una comunidad global de estudiosos y profesores de quienes tanto he aprendido. Estoy especialmente agradecido a Mirabai Bush, Arthur Zajonc, Daniel Barbezat, Sharon Parks y Carrie Bergman.

El grupo de Puget Sound sobre Sostenibilidad y Práctica Contemplativa, fundado y dirigido por Jean MacGregor, ha supuesto un tremendo apoyo intelectual y personal. Las reuniones de este grupo de académicos locales en el Instituto Whidbey, y las amistadas forjadas en ellas, han supuesto para mí un reto y una fuente de inspiración, demostrándome lo que significa participar en «la gran tarea».

He sido sumamente afortunado por el respaldo recibido de la institución a la que pertenezco, la Escuela de Información de la Universidad de Washington, tanto de la facultad como del profesorado y el alumnado. Gracias en particular a los decanos Mike Eisenberg y Harry Bruce, que confiaron en mí y respetaron este trabajo antes de que lo reconociera la academia. Y un cariñoso abrazo a los estudiantes que me han acompañado con entusiasmo en la exploración de una relación más contemplativa con el mundo digital.

He contraído una enorme deuda con mis colaboradores en el estudio de la meditación y la multitarea: Jacob Wobbrock, Alfred Kaszniak, Marilyn Ostergren, Cynthia Kear, Michelle Fokos y Darlene Cohen (1942-2011). Sin la entusiasta participación de Darlene, en los que resultaron ser los últimos años de su vida, este estudio jamás se habría llevado a cabo. Gracias también a la Fundación Nacional para la Ciencia (y a Ephraim Glinert) por financiar el estudio (subvención IIS-0942646) y a la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur (y en particular a Elspeth Revere y Kathy Im) por contribuir a apoyar los talleres y las conferencias iniciales de los que surgió este trabajo.

Estoy agradecido a esos amigos y profesores que han continuado enseñándome e inspirándome, y cuya influencia se refleja en este libro: Ewan Clayton, Norman Fischer, Mike Gillespie, Julie Jacobs, Alfred Kaszniak, David Loy, Cheryl Metoyer, Ruth Ozeki y Kimberly Richardson Sensei. Gracias en especial a Deborah Tannen por su amistad y sus sabios consejos.

Hago extensivo asimismo mi profundo reconocimiento a quienes leyeron y comentaron el manuscrito: Daniel Barbezat, Hilarie Cash, Ewan Clayton, Katie Davis, Mike Gillespie, Alfred Kaszniak, Ted McCarthy y Zari Weiss; y a los tres críticos anónimos por sus perspicaces comentarios.

Agradezco la ayuda de mi agente, Lindsay Edgecombe, y de mi editora de Yale University Press, Jennifer Banks.

Finalmente, por su constante apoyo y orientación, doy las gracias a mi amigo Ewan Clayton y a mi compañera Zari Weiss. Gracias a Ewan por más de treinta años de conversaciones y de colaboración, y por sus profusos comentarios sobre este libro. Gracias a Zari por la vida que compartimos, b’ahavah rabbah.

Mindfulness digital