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Pedro Delgado

Pedro Delgado Robledo (Segovia, 1960), más conocido como Perico Delgado, debuta en el ciclismo profesional en 1982, en las filas del equipo Reynolds, donde empieza a cosechar sus primeros éxitos y pronto se erige en la gran esperanza del ciclismo español. Su primera gran victoria llega en la Vuelta a España de 1985, a la que seguirá una segunda plaza en el Tour de 1987, carrera que ganará al año siguiente, convirtiéndose en el tercer español en conseguirlo tras las gloriosas gestas de Ocaña y Bahamontes. En 1989 vuelve a ganar la Vuelta y, entre 1992 y 1993, es el gregario de lujo del gran ciclista español de todos los tiempos, Miguel Indurain, en el equipo Banesto. De su etapa como ciclista dio buena cuenta en A golpe de pedal, libro de 1995 que recoge su singladura deportiva. En A golpe de micrófono, con la ayuda de su amigo José Miguel Ortega, rememora las aventuras y vivencias de los últimos veinte años tras los micrófonos y las cámaras.


José Miguel Ortega Bariego, periodista y escritor vallisoletano, ha trabajado a lo largo de su carrera profesional en distintos medios de prensa, radio y televisión, aunque ha sido principalmente en la radio pública donde ha cubierto importantes acontecimientos deportivos, especialmente ciclistas. Ha escrito una veintena de libros —la mayoría sobre temática deportiva—, cuenta con numerosas distinciones profesionales y recientemente ha sido nombrado por el Ayuntamiento de Valladolid cronista oficial de la ciudad. José Miguel Ortega es una de las personas que mejor conoce la trayectoria de Pedro Delgado.

  1. Prólogo de Carlos de Andrés
  2. CAPÍTULO I Au revoir, Tour de France
  3. CAPÍTULO II Los toros desde la barrera
  4. CAPÍTULO III Mister Please Wait
  5. CAPÍTULO IV Fulgor y ocaso de un mito
  6. CAPÍTULO V Encuentros en la tercera fase
  7. CAPÍTULO VI Sin gasolina ante la puerta de un club de alterne
  8. CAPÍTULO VII La afonía
  9. CAPÍTULO VIII El tour más largo (un 1998 para olvidar)
  10. CAPÍTULO IX El cadillac solitario
  11. CAPÍTULO X El insólito striptease del rey león y el guepardo
  12. CAPÍTULO XI Hay vida después de Indurain
  13. CAPÍTULO XII Asignaturas pendientes
  14. CAPÍTULO XIII Lance Armstrong: de héroe a villano (too good to be true)
  15. CAPÍTULO XIV El ciclismo del siglo XXI

PRÓLOGO

De una cosa estoy seguro: cuando acabéis de leer este libro, lo habréis pasado bien. Y estoy seguro porque con Pedro uno siempre lo pasa bien. En las páginas que siguen, encontraréis historias y vivencias de las que disfrutamos cuando se produjeron y que nos han hecho reír en tantas y tantas cenas cuando las recordábamos. Aunque debo ser sincero: yo mismo he censurado alguna anécdota, porque siempre hay cosas que deben quedar por contar, que tienen que ser propiedad exclusiva de quienes las vivimos.

Desde hace veinte años he compartido mucho tiempo con Pedro. Recuerdo que en las épocas que hacíamos las tres grandes vueltas el mismo año —Vuelta, Giro y Tour— bromeábamos con que cenábamos más veces juntos que con nuestras mujeres. De hecho, si me dais una carta de restaurante, os podría decir sin temor a equivocarme qué pediría Pedro. Una gran vuelta es un mes de convivencia muy intenso. Menos dormir, lo hacemos todo juntos. Pasamos sobre todo muchas horas en el coche, un lugar donde se conversa mucho. Nos conocemos y nos adaptamos. Pedro se adapta bien a todo, se mimetiza con el entorno en el que se mueve.

Pedro es de esas pocas personas que cae bien a todo el mundo. Tiene ese don. Pero a mí lo que más me gusta de él es que sabe vivir relajadamente. Jamás se estresa. Esa es una gran virtud. Aunque reconozco que, a veces, llega a desesperarme. Él tiene su ritmo. Pausado, claro. Y eso nos lleva a su gran defecto, porque ya sabéis que nadie es perfecto: la falta de puntualidad. Es de una impuntualidad desesperante, aunque ha ido mejorando. Probablemente esa es mi gran aportación a su vida, minimizar sus retrasos. Me ha costado mucho, pero a veces tengo la sensación de haberlo conseguido. Aunque no del todo, tampoco nos engañemos.

Recuerdo un día durante un Tour que me tuvo más de media hora esperándolo a la puerta del hotel. Cuando bajó, le pregunté:

—Pero ¿qué estabas haciendo?

—No, nada —me contestó—. Es que me he distraído viendo una película en la tele.

—Pedro, pero si es martes por la mañana y estamos en Francia. No pueden dar nada bueno por la tele —le contesté desesperado.

Pero él es así y no lo vamos a cambiar, ni siquiera lo intentamos.

Este libro me lleva también a una época del ciclismo que añoro. El ciclismo de los grandes líderes: Hinault, Fignon, Perico, Roche. El ciclismo prepinganillos, el ciclismo que se decidía en la carretera, no en los coches, cuando los ciclistas se jugaban la carrera cuando creían que había llegado el momento, por intuición; donde la figura y la mentalidad del corredor estaban por encima de la del director.

Y me lleva también a recordar una época de mi vida en la que vivíamos «de gira», una manera de vivir que tenía algo de banda de rock. Siempre me ha encantado la música en directo y de hecho creo que en otra vida me gustaría ser guitarrista de un grupo de rock. De momento, y hasta poder cumplir mi sueño, he encontrado mi camino en el periodismo, en los viajes, en las particulares giras que son las grandes vueltas.

Y esta manera de vivir la compartí con un grupo de gente fantástico —Perico, Carlos Cuesta, Canete, Miguelín, Ruano, Juan Yela, Carlos León, Juan Carlos, Manolo, Pablo, Ana…—; pasamos mucho tiempo juntos, supimos convivir y compartirlo. Todos menos Pedro éramos trabajadores de TVE. Pedro ponía esa calma externa en ciertos momentos de tensión. Veía los problemas desde fuera y los relativizaba. Nos calmaba. Quiero aprovechar estas líneas para darles las gracias a todos ellos por todo lo que me enseñaron y por esos años tan fantásticos que pasamos juntos. Algunos están ya jubilados pero seguimos viéndonos y, sobre todo, seguimos pasándolo bien juntos. No echo de menos aquella época, todo tiene su momento, pero sí la recuerdo con nostalgia y, sobre todo, con felicidad.

Con Carlos de Andrés enarbolando los micrófonos de TVE durante la quinta etapa del Tour de 2005, Chambord – Montargis.

Cuando empecé a trabajar con Pedro, le veía como la gran figura que aún era. Hacía ya siete años que había ganado el Tour, pero aún era una gran estrella del deporte español. Han pasado ya veinte años desde que comenzó a comentar las carreras con nosotros y ha cambiado bastante. Al principio era un ciclista que comentaba carreras. Ahora es un comentarista que fue un gran ciclista. Se ha alejado de ese mundo cerrado donde viven los ciclistas profesionales y eso le ha permitido ver el ciclismo desde otra óptica y ser algo más crítico. Ha conocido otro mundo, el de los medios de comunicación, el de la televisión. Una experiencia apasionante, os lo aseguro. Trabajar en televisión es un lujo. Y la mezcla de televisión y ciclismo, apasionante. Nervios, grandes proyectos, intensa convivencia, conocer parajes inolvidables. Muchas veces he comentado que, gracias al ciclismo, he conocido lugares maravillosos y, gracias a la televisión, he vivido experiencias inolvidables. En eso coincidimos Pedro y yo: en que el ciclismo y la tele nos han dado mucho.

Ahora, después de veinte años de convivencia, ya le veo simplemente como mi amigo. Un buen cambio.

Carlos de Andrés,

mayo de 2014

CAPÍTULO I AU REVOIR, TOUR DE FRANCE

—Aquí no vuelvo. Se acabó.

—¿Qué quieres decir?

—Que este es mi último Tour.

—Bueno, ya veremos, ahora es normal que pienses así porque estás cansado, pero, cuando vuelvas a casa, ya verás como cambias de opinión.

—No es por el cansancio físico, que lo tengo, es cansancio psicológico. Es el hecho de querer estar con Miguel y no poder. Tengo la sensación de no estar a la altura de mi papel en el equipo.

El domingo 25 de julio de 1993, antes de que Banesto completase la vuelta de honor que dan los supervivientes en la carrera más importante del mundo, con Miguel Indurain vestido de amarillo tras haber ganado su tercer Tour consecutivo, mantuve esta tensa conversación con José Miguel Echávarri, el director deportivo de mi equipo por aquel entonces, en los Campos Elíseos.

Era mi undécima participación y sabía perfectamente cómo acabas una prueba de tres semanas tan exigente, pero aquella sensación era distinta. El desgaste físico es una cosa, y lo que yo sentía era otra. Aquel Tour del 93 tuvo etapas muy duras, tanto en los Pirineos como en los Alpes, aunque hubo una contrarreloj bastante larga en el Lac de Madine que ganó Miguel con un margen lo suficientemente amplio como para tener controlados a sus más directos rivales.

Mi papel en el equipo era estar cerca de Miguel Indurain en la montaña para transmitirle tranquilidad en caso de que las cosas se complicaran, pero yo notaba que no me recuperaba de los esfuerzos como antes. Aunque aparecía en etapas, como la de Andorra o camino de Saint-Lary-Soulan, si bien fugazmente, era consciente de que en los momentos decisivos no daba la talla.

En la decimoséptima etapa, entre Tarbes y Pau, se desencadenó una batalla crucial en el Tourmalet, y Miguel las pasó canutas cuando Rominger decidió atacar. Yo debería haber estado con él, pero las piernas no respondían como lo hacían años atrás, y en el momento crucial me vi desbordado. Afortunadamente, Julián Gorospe estuvo soberbio y arropó al líder subiendo como pudo, y luego, arriba, en la cima del Tourmalet, el Miguel de los grandes momentos remató la faena con un prodigioso descenso en solitario que sería recordado no solo por su espectacularidad sino también porque antes de llegar al llano ya había neutralizado al suizo. Al final todo quedó en un susto y en la meta de Pau pasó a ser tan solo una anécdota, tanto para los medios informativos como dentro del propio equipo.

Sin embargo, yo hice otra valoración, que traté de transmitir a Echávarri en los Campos Elíseos, precisamente en ese instante de euforia en el que suelen olvidarse los malos momentos. Teniendo en cuenta que el objetivo prioritario del equipo era trabajar para que Indurain lograra su tercera victoria —y eso se había conseguido—, aquel último Tour de mi vida lo acabé en una novena posición bastante digna. Debo decir que ese puesto se debió a que todo el día iba persiguiendo al grupo de los mejores. Luchaba por estar cerca de esa cabeza de carrera. Si Miguel desfallecía, quería estar lo más cerca posible; afortunadamente, no me necesitó demasiado, y la sensación de ir por libre, cuando mi intención era en realidad bien distinta, me fue mellando la moral paulatina y profundamente.

Participé once veces en el Tour de Francia: gané uno, acabé segundo, tercero y cuarto una vez, y en sexto y noveno puesto en dos ocasiones. Un balance muy bueno, sin duda, pero ese bagaje no me ayudaba a superar una cierta frustración por no haber podido responder en determinados momentos a la exigencia que yo tenía conmigo mismo y a la que se correspondía con mi rol dentro del equipo. Seguramente en aquellos días de los Pirineos empecé a madurar la idea de abandonar el ciclismo profesional.

José Miguel Echávarri fue el director que me hizo debutar como profesional en 1982 —en el Tour lo haría en 1983— y por tanto me conocía muy bien. Dejó transcurrir un tiempo con la esperanza de que las aguas de mi decisión volvieran a su cauce, pero yo lo tenía muy claro. Mi último año como corredor profesional sería 1994 y no iba a volver al Tour.

—Pedro, tu experiencia es muy importante, no solo para ayudar a Miguel, sino para todo el equipo. Estoy convencido de que aún puedes desempeñar un gran trabajo en el Tour, así que cuento contigo.

—Lo siento, José Miguel, pero está decidido. No volveré al Tour. Correré un año más, trataré de disfrutarlo al máximo y me despediré en la Vuelta a España.

No le gustó mi negativa, pero supo que, al menos por el momento, no podría lograr que cambiara de opinión, así que el 25 de abril estaba en la línea de partida de la Vuelta, que salió de Valladolid, y el 15 de mayo en la de llegada a Madrid, donde finalicé en un tercer puesto —tras Rominger y Zarrabeitia— que me dio una cierta sensación de tranquilidad. Al fin y al cabo, me estaba despidiendo del ciclismo de alto nivel con dignidad.

La Vuelta fue mi última «grande» y coincidió con el último año que se corría en los meses de abril y mayo. Parecía como si conmigo acabara una época del ciclismo español. A pesar de las presiones que recibí de mi director durante el campeonato de España en Sabiñánigo, aquel año finalmente no estuve en el Tour —el cuarto que ganó Miguel Indurain—, pero sí en París para acompañar al equipo en la vuelta de honor a los Campos Elíseos, ya que me invitaron en calidad de maestro de ceremonias, o quizá de animador-presentador, en la tradicional fiesta que celebrábamos en la embajada española.

Despidiéndome de la afición durante el Critérium de Alcobendas, al final de la temporada de 1994.

Al no participar en la ronda francesa, ese año descubrí otras carreras en las que no solía participar o que desconocía, como la Bicicleta Vasca, ya que anteriormente mi calendario estaba orientado a conseguir la puesta a punto para el Tour y los critériums posteriores.

La Escalada a Montjuïc, que yo había hecho muchas veces, fue mi última prueba oficial. Después siguieron una serie de critériums que organizó Antonio Vaqueriza con el reclamo de mi despedida. Se disputó uno en mi patria chica, Segovia, otro en Valladolid, donde me había forjado como corredor, y tres más en Canarias. En todos y cada uno de ellos pude percibir de un modo muy especial el cariño de la gente, ese cálido afecto de los espectadores que en las grandes vueltas se percibe inevitablemente de otra manera. Allí fui consciente de que iba a echar de menos las miradas de entusiasmo del público en las cunetas al ver pasar a los corredores. A partir de entonces estaría al otro lado y proyectaría mi mirada sobre el ciclismo entre los espectadores.

Eso ocurría en el mes de octubre de 1994, pero en septiembre había tenido un encuentro que cambiaría mi vida profesional. Fue durante la Volta a Catalunya, en la tercera etapa que terminó en Barcelona, el 10 de septiembre, cuando ocurrió algo que encaminaría mi futuro mucho antes de lo que había imaginado.

En el hotel San Cugat, junto a los estudios de Televisió de Catalunya, me topo en el ascensor con una persona.

—¡Hombre, Perico! ¿Qué tal el día? Soy Luis Miguel de Dios, subdirector de deportes de Televisión Española…

—Bien, ha sido un día tranquilo, gracias. Había que guardar fuerzas para la etapa de mañana en Boí Taüll, que será dura.

—¿Es cierto lo que dicen, que dejas el ciclismo, que cuelgas la bici?

—Me temo que sí.

—Te vamos a echar de menos, los aficionados. ¿Ya has pensado qué vas a hacer?

—No tengo ni idea. Ahora mismo quiero desconectar, hacer otras cosas…

—¿Tienes algún negocio?

—No. De entrada, lo que quiero es desconectar después de todos estos años tan exigentes y estresantes, pero la verdad es que no sé bien qué haré, aunque tampoco he tenido demasiado tiempo para pensar en ello.

—Oye, ¿no te apetecería comentar las carreras, como hace Ángel Nieto en las motos? En TVE estamos buscando a alguien como tú para intervenir en las retransmisiones de ciclismo que emitimos, que son muchas, como sabrás. La verdad es que contar contigo sería ideal.

Salimos del ascensor porque la conversación se estaba alargando y tampoco parecía el lugar más apropiado para continuar con ella.

—Hombre, pues no estaría mal, la verdad, pero uno de los motivos para dejar el ciclismo es la gran cantidad de días que paso fuera de casa, y si tengo que comentar todas esas carreras, me temo que estaría en las mismas, ¿no?

—No, no, eso no sería un problema porque no tendrías que hacerlas todas; con poder contar contigo para las tres grandes [la Vuelta, el Giro y el Tour] más el Mundial, nosotros estaríamos encantados.

—No sé, la verdad. Tendría que pensármelo…

—Bien. Te dejo mi tarjeta. Si te parece, cuando termine la Volta me llamas y quedamos un día para hablarlo con más calma.

La oferta era tan inesperada como atractiva y me planteé seriamente estudiarla.

Pese a los ánimos que me insufló aquel encuentro, no pude rematar la buena noticia con una victoria en la cima de Boí Taüll el día después. Estuve a punto, pero me ganó Chiappucci al sprint. Tampoco pude hacerme con el triunfo final en la Volta, pues acabé tercero detrás del italiano y Escartín, pero esa oferta de Televisión Española me parecía muy atractiva y en cierta manera compensó la tristeza de no haber podido lograr una victoria en el tramo final de mi carrera como ciclista.

En realidad, lo de colaborar en medios de comunicación no me era del todo desconocido, ya que desde 1988 venía haciéndolo en la Cadena SER. La cosa surgió cuando aquel año decido correr el Giro en lugar de la Vuelta y cambiar así el modelo de preparación para el Tour. Esta decisión no estuvo exenta de polémica en los medios, pues el titular de la cuña en el que se anunciaba mi colaboración en la radio decía: «Perico sí estará en la Vuelta, pero con… la Cadena Serrr» (así, con una pausa de suspense y arrastrando la erre final).

Aquel año fui a Canarias, donde comenzaba la Vuelta a España, con mis nuevos compañeros de la SER, encabezados por José Ramón de la Morena. Mi participación sería en directo y se limitaría a intervenir en algunas etapas, bien in situ o telefónicamente, que luego también comentaría por la noche en el programa «El Larguero». Aunque a algunos no les sentó bien, la verdad es que funcionó, y decidimos prolongar la experiencia en el Tour, precisamente el que yo gané. En Francia, venían a grabarme al hotel una vez concluida la jornada y emitían mis declaraciones por la noche, cuando yo ya estaba durmiendo.

A mí no me suponía ningún esfuerzo, incluso me resultaba interesante y divertido, de modo que continué colaborando en años sucesivos. Seguía haciéndolo cuando me llegó la oferta de TVE.

En las conversaciones preliminares con la tele surgió un problema: desde el Ente Público no veían con muy buenos ojos que siguiese con el Grupo PRISA —me ofrecieron incluso la alternativa de hacer lo mismo en Radio Nacional—, pero al final los «jefes» de ambos grupos llegaron a un acuerdo y dieron el visto bueno para que continuara mi colaboración con la SER. También acordamos que, dado que no estaba claro que TVE fuera a retransmitir el Giro, si la prueba italiana finalmente no se cubría, ese año debería estar en tres vueltas de una semana del calendario español.

Por cierto, antes de que llegase esa primera oferta informal por parte de TVE, Canal + me había ofrecido la posibilidad de comentar la tentativa de Miguel Indurain de batir el récord de la hora que ostentaba el británico Chris Boardman. La idea era que comentara ese intento de récord junto con Carlos Martínez, que, al estar más especializado en fútbol, necesitaba a alguien para apoyarle en la retransmisión en directo desde el velódromo de Burdeos. El tema me pareció atractivo y, sin pensármelo dos veces, cogí un avión y me planté en la capital bordelesa para comentar «en vivo y en directo» el desarrollo de aquel exitoso asalto, ya que Miguel superó con su aerodinámica Espada los 52,713 kilómetros de la marca anterior, estableciendo el nuevo registro en 53,040 kilómetros.

Frente al micrófono de «El Larguero» de la SER en pleno relato de la Vuelta a España en algún teatro.

Aquella fue la primera vez que comenté una carrera en directo. Si lo hice fue seguramente porque apenas me dieron tiempo para pensármelo dos veces. También fue, por cierto, la primera que asistía a un gran acontecimiento relacionado con el ciclismo sin la compañía de una bicicleta. Debo decir que, para mi sorpresa, ambas experiencias me resultaron de lo más placenteras.